· Primera lectura:
Nehemías 8, 2-4 a. 5-6.
8-10
· Salmo responsorial:
Salmos 18: “Tus palabras
Señor, son espíritu
y vida”.
· Segunda lectura:
1ª Corintios 12, 12 -30.
· Evangelio: Lucas 1, 1-4;
4,14-21.
Una de las primeras preocupaciones que tuvieron los discípulos de Jesús, cuando iban llegando a la vejez, y tras las primeras muertes provocadas por las persecuciones, era cómo conservar todo lo que el Señor Jesús había dicho y todos sus actos, esas tradiciones que constituían el núcleo del anuncio de la Iglesia, de la Buena Noticia.
A eso se refieren los primeros versículos del Evangelio de Lucas, que se nos presentan hoy. En ellos afirma que el evangelista investigó y recogió diversos testimonios de todo lo que fue aconteciendo en la vida de Jesús y de sus primeros discípulos. Ellos son sus fuentes, especialmente Marcos, Pedro y Pablo por lo que nos cuentan sus escritos, en su Evangelio sobre la vida de Jesús, y en el libro de los Hechos de los Apóstoles, donde relata el comienzo de la Iglesia.
Lo hace buscando ofrecer un texto fiel a la realidad, para que fuese una referencia seria para quienes iban conociendo, por sus testimonios y sus escritos, la vida y milagros de Jesús de Nazaret. Y por ello, Lucas se va a centrar en sus enseñanzas, desde su nacimiento hasta que después de la resurrección vuelve al cielo, a la Casa del Padre.
En el texto de hoy, lo que nos ofrece un ejemplo de cómo comenzó su ministerio público. Jesús va predicando por las sinagogas, va llevando su novedad a los judíos de los pueblos de alrededor de su casa. Pero la acción se sitúa en su pueblo, en Nazaret.
Allí no era un predicador más. Allí lo conocían bien. Lo llamaban «el hijo del carpintero», pues lo habían visto crecer en sus calles. Pues aquel chavea que jugaba con muchos de ellos, se había hecho todo un hombre, un maestro que este sábado es quien va a hacer la lectura en la sinagoga.
Todos los ojos de los presentes están fijos en él cuando le entregan el rollo del profeta Isaías. Y no es cualquier fragmento el que lee Jesús ante aquella asamblea. Escoge el anuncio del año de gracia del Señor. Dios, quien siempre camina a nuestro lado, había prometido a los «últimos de la fila», que llegaría el día en el que pudieran hacer fiesta, donde por fin las cosas serían a su gusto, como prefiere el Padre de todos, y no al capricho de los más ricos o de los más fuertes, que son los que en la mayoría de las ocasiones terminan por imponer su voluntad.
Isaías había hecho este anuncio a su pueblo en el destierro de Babilonia, cuando apenas quedaba sitio para la esperanza lejos del hogar. Pero en labios de Jesús esa promesa se realiza. Por eso su afirmación, su «hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír», no es un «brindis al sol», sino la constatación de una de las verdades más grandes de nuestra fe: quien confía en Dios sabe que Él todo lo puede y que nunca va a defraudar esa esperanza.
No podemos olvidar que también nosotros vivimos en ese «hoy» porque Dios quiere salir a nuestro encuentro cada día. Incluso cuando nosotros no estamos en disposición de recibirlo. Él es fiel a sus promesas. Y salir a estar con nosotros es siempre su gran objetivo. Porque el «hoy» de nuestra salvación, no pasa nunca, gracias a Dios.
Eso implica reconocer a Jesús como el Señor de nuestras vidas, saber que su presencia junto a nosotros, lo cambia todo, le da una nueva tonalidad, que nace del Amor de Dios, ese frescor del Espíritu que tanto necesita nuestra existencia.
Pues buscando en la Eucaristía ese encuentro que haga que «hoy» sea de verdad el día de la alegría de nuestra salvación, seguimos transitando por el camino de la fe. ¡Feliz y santo fin de semana!
