Dicen que en adelante no será posible ocultar los pensamientos. Se veía venir: ¿por qué no habrían de querer mirar directamente bajo la tapa de los sesos, los que ya te tienen fichado en Google? Es la versión postmoderna de estar “en boca de las gentes”, con la particularidad de que hoy alguien paga por disponer de esos datos.
En la novela de Vélez de Guevara, el diablo Cojuelo mostraba al estudiante (“profesional”, dice), Don Cleofás, lo que ocultaban los tejados del Madrid barroco –la “Babilonia española”–: todas las hipocresías de hidalgos y cortesanos; las mezquindades y vicios más o menos ridículos de las sabandijas humanas, que así los llama.
Hay mucho de obsceno en una mirada que reduce impunemente el otro a sabandija. Se pregunta uno, por preguntar: ¿quién puede disfrutar viendo cada dos por tres en imágenes a esos de la manada; sus caras, sus tatuajes? Por otra parte: ¿nadie, siendo andaluz, lamenta que, los así expuestos a la vergüenza pública, sean sólo los nuestros, nunca los de las maras o los moros? ¿Nadie advierte quo se nos endosa –desde el “Norte” biempensante– una dosis de leyenda negra?
Y, sobre todo: ¿No hay para el miserable (“miser” en latín) algo de corazón (“cordis”)? Misericordia: ¡Qué hermosa palabra! Pero ni tan siquiera se estila ya la delicadeza de trato que recomendaba Don Quijote a Sancho Gobernador: “Al que has de castigar con obras, no trates mal con palabras…” (Cap. 13, II). Yo, de ser uno de ellos, rompería las cámaras a los paparazzi; vaya un trabajo obsceno (del latín “obscaenum”: de la basura, por no decir lo otro).
El manejo mental a través de los medios, el pensamiento único, lo políticamente correcto: eh ahí la basura intelectual y moral que amenaza a la libertad individual. Recomendación de urgencia: mantener fija en la mente la imagen de tu antebrazo derecho flexionado unos noventa y cinco grados y, el puño bien cerrado. Es lo primero que verá quien se atreva fisgar en tu mollera.