Es curioso, pero hay cosas que te hacen recordar que la generación a la que perteneces no es sino la de aquellas personas que empiezan a enjuiciar la vida en función del tiempo que te queda acompañándola y a ser posible, sin muchos sobresaltos. Soy de los que nacieron en una época en la que por lo general los niños nacían en las casas y si ya lo hacías en un hospital, como fue mi caso, era porque lo de ver el mundo dejando el nirvana del vientre maternal, parece ser que contaba con pocos atractivos.
Aquella sociedad del televisor en blanco y negro, que poco a poco se hacía presente en todos los hogares, conformaba un modelo muy asentado en los valores de las familias, parte de ellas desgarradas por un sistema productivo que empezaba a concentrar y mejorar la subsistencia de muchas personas en los cinturones de Barcelona o Madrid entre otras ciudades de España. Todo ello, sin olvidar a quienes emigraron a Francia, Alemania o Suiza por citar los principales países de acogida.
Hombres que por lo general, desde el momento que empezaban a asegurar su futuro arrastraban hacia esos lugares a esposa e hijos, pero que nunca olvidaban este sur tan andaluz de su niñez. Todos los veranos, Antequera, como cualquier otra ciudad andaluza, recibía de nuevo a sus ”hijos de los sesenta” que empezaban volver en vacaciones acompañados de nuevos descendientes, con otro acento y en los casos que sabemos hasta con otra lengua aprendida.
Hace días en una conocida cafetería de la ciudad no pude resistirme a la tentación de permanecer despistadamente atento a la conversación algo acalorada de dos vecinos de mesa. Probablemente eran primos y uno reprochaba al otro el olvido de sus raíces familiares y su apuesta por el independentismo y la escisión de aquella comunidad a la que se fueron sus padres en busca de nuevas oportunidades.
Se había vendido la casa de los abuelos y el más joven viajó aquí para recibir la parte que correspondía a sus padres. La conversación prácticamente acababa cuando escuché la frase: “Te guste o no te guste, eres del sur, pero está claro que has perdido el norte…”.Con todos mis respetos a la opinión de cada cual sobre esto de la autodeterminación, no pude dejar de recordar al personaje Jean Valjean de la novela “Los Miserables” y a su autor Victor Hugo cuando escribió “Cambia de opinión, mantén tus principios. Cambia de hojas pero nunca dejes de mantener intactas tus raíces”.