viernes 22 noviembre 2024
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Dios, un Padre que todo lo ama y todo lo persona

Este cuarto domingo de cuaresma nos regala una parábola de Jesús que se recoge en el evangelio de Lucas, donde Jesús enseña a la gente a entender la figura de Dios en nuestras vidas presentándolo como un Padre bueno que quiere a sus hijos por igual y que es capaz de perdonarlo todo porque los ama de verdad. Muy curiosa es esta escena de la parábola conocida como la “del hijo pródigo”, donde se nos presentan tres figuras que debemos analizar: la del padre bueno, la del hijo mayor y la del hijo menor.

 

El hijo menor desea emanciparse y disfrutar la parte de la herencia que le corresponde. Considera en primer lugar que lejos de su casa podrá disfrutar de los placeres de la vida y que ese estilo de vida le hará realmente feliz. Pero, desgraciadamente para él, cuando se le acaba lo heredado, pasa necesidad hasta verse en la situación de no poder llevarse a la boca ni siquiera las bellotas con las que se alimentaban los cerdos a los que se había visto obligado a cuidar por necesidad.

 

Es entonces cuando hacer un verdadero acto de contrición, recapacita y se da cuenta que se ha apartado de la verdadera felicidad que le da la estabilidad, la protección y el amor ofrecido por su padre, por lo que decide regresar y pedirle perdón. Este hijo podría ser cualquiera de nosotros que nos vemos constantemente cuestionando nuestra situación y creemos que la felicidad nos la puede dar un mejor coche, una mejor casa, un mayor número de viajes, de posesiones… y poco a poco, sin darnos cuenta, nos vamos alejando de la verdadera felicidad de sentirnos queridos y amados por los que tenemos más cerca.

 

El hijo mayor representa la figura de un hijo responsable, siempre a las órdenes de su padre. Es trabajador, servicial y no se plantea en ningún momento separarse de quien le ama, de quien le protege, de quien le ofrece un estado de felicidad. Tan sólo cuando aparece la figura de su hermano, el que había derrochado la fortuna y alejado de ellos, es cuando demuestra sentimientos de envidia y celos que, en primera instancia, pueden parecer fácilmente entendibles ya que, después de todo lo que había hecho mal su hermano menor, ve cómo además le celebran una fiesta en su honor, algo difícil de entender por este hijo mayor.

 

Este hijo podría representar también a cualquier de nosotros cuando, al ver cómo realizamos correctamente nuestras funciones y recibimos lo que nos corresponde justamente, no entendemos cómo es posible que otros, a los que juzgamos sin verdadero conocimiento de todas las circunstancias, al final resultan más reconocidos que el que realiza puntual y fielmente su misión.

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