Si bien me parece un hecho objetivo que la gestión urbana de la ciudad de Málaga ha sido ejemplar, en las últimas décadas, en multitud de aspectos, confieso muy tristemente que las obras que se están llevando a cabo en la Alameda Principal resultan, para mí, incomprensibles.
Por diversas razones mayores, es oportuno actuar sobre este punto neurálgico –en el tráfico, en el uso y en la memoria– de nuestra capital. Pero no está justificado, en modo alguno, que la actuación sea totalmente desmemoriada y elimine elementos históricos, –como las farolas, los kioscos florales, los bancos…– y los sustituya impunemente por modernuras sosas, cuadradas y más bien feas.
El debate está servido en nuestra capital. Y, en mi opinión, desenfocado. En la mayor parte de los casos, los ciudadanos se quejan, –en los foros donde es inútil hacerlo–, sobre aquello que es menos relevante sobre la construcción de la ciudad: sobre el destino de los objetos históricos intactos retirados o sobre si son de buen gusto los nuevos elementos que se están colocando.
En mi opinión, la ciudadanía tenemos perdido el debate si permitimos que se centre en estos aspectos estéticos, siempre subjetivos y bastante banales en relación a la dimensión del problema real. La ciudad no es un campo de juego estético sino que es la expresión de nuestra cultura y nuestra memoria. Sencillamente, ni nos podemos permitir ni es lógica una autodestrucción periódica de nuestros bienes más sagrados por el frívolo deseo de rodearnos siempre de objetos acordes a la última, pasajera y banal moda.
La fundamentación para actuar sobre nuestras ciudades no puede ser la estética, sino la ética.