Hace una semana exactamente, escuché decir al Papa Francisco: “No hay otra manera de llegar a Dios, sino es por medio de la Cruz”… y resulta que el Evangelio de hoy nos viene a decir: “Quien no carga con su cruz…”. El hecho tiene lugar cuando Jesús va de camino y mientras camina se inventa una catequesis sobre el significado del seguimiento. Seguir a Jesús quiere decir “ser de los suyos”, compartir su proyecto de vida salvador, ponerse de su lado, conocerlo, estar con él, llevar adelante su misión, compartir su modo de vivir que lo llevará a la cruz.
Es la opción fundamental que se propone en el evangelio. Jesús no propone un programa o una doctrina, se presenta él mismo como el objeto de la opción. Por eso compromete no sólo tal o cual aspecto de la existencia, sino la vida entera. Se presenta él como persona por eso la comparación se establece con otras personas: padre, madre, mujer, hijos, y después con todos los otros bienes. Las dos breves parábolas que siguen tienden a acentuar el radicalismo de la opción al decir que se trata de algo que debe ser muy meditado puesto que compromete definitivamente tanto en un sentido como en el otro.
El dicho sobre la sal parece subrayar esta imposibilidad de las medias tintas. La sal no puede ser sino buena o totalmente desaprovechable. Ante Jesús no se puede quedar indiferente. O negarlo o aceptarlo. Otros pasajes del evangelio dicen cuáles son las consecuencias de esta primera opción. La página de hoy las sintetiza diciendo que hay que preferirlo a todo y a todos, cargar con su cruz y seguirlo. María y José fueron los primeros seguidores de Jesús en Nazaret.
Desde el comienzo optaron por Jesús. María dijo: “¿Cómo sucederá esto si no vivo con un hombre? A ambos les pidió el Señor renunciar al camino normal de la vida para entrar en el misterio de lo nuevo que estaba preparando. Ellos son el mejor ejemplo de quien lo deja todo por seguir a Dios cuando éste llama. Y la entrega generosa de los comienzos se fraguó en los años de Nazaret.
No había comenzado Jesús aún a desplazarse por los caminos de Galilea para poder ir detrás de él, por eso el seguimiento de Nazaret es la mejor imagen del seguimiento postpascual del tiempo de la Iglesia. Permaneciendo en el lugar donde uno vive se puede seguir a Jesús, porque lo importante no es ir de acá para allá, sino preferirlo a todos y a todo, renunciar a lo que uno tiene y cargar con su cruz. “¿Qué otra cosa es seguirlo sino imitarlo?”, se pregunta San Agustín.
En Nazaret destaca este aspecto callado del seguimiento que consiste en compartir la vida, en identificarse totalmente con el modo de vivir de Jesús, sin proclamarlo, sin que los otros lo sepan, sin moverse mucho. La profundidad de Nazaret está en ir pasando a ser discípulo de Jesús de manera cada vez más auténtica y más real, de modo que uno se dispone a compartir su cruz y a integrarse en su misterio pascual. Nuestro seguimiento El bautismo, que según santo Tomás es “la configuración sacramental con Cristo crucificado”, nos ha identificado con él.
Ahora “se debe realizar lo que hemos celebrado en el sacramento” (implendum est opere quod celebratum est sacramentum) san León Magno. Sermón 70 n.4. El seguimiento de Cristo es la dimensión esencial de toda vida cristiana. Nazaret nos enseña esa dimensión del seguimiento que consiste en compartir la vida. Antes de asumir una misión, antes de comenzar a predicar el evangelio, está la realidad de compartir la vida con Jesús. San Marcos pone de manifiesto este aspecto cuando habla de la llamada de los doce: “Mientras subía a la montaña, fue llamando a los que él quiso y se reunieron con él.
Designó a doce para que fueran sus compañeros y para enviarles a predicar, con poder de expulsar demonios” Mc. 3,13-14. Es muy importante esta dimensión del seguimiento que consiste en “estar con él”, ser su compañero. Ni siquiera durante el tiempo de la misión se puede abandonar porque en el fondo el apóstol, como Jesús, tampoco expondrá su propia doctrina sino que presentará a una persona e invitará a los demás a repetir su propia experiencia: seguir a Jesús. Nosotros no podemos dividir nuestra vida en un período de “vida oculta” y otro de vida pública o misión. La dimensión de seguimiento que hemos aprendido en Nazaret debe acompañar todo nuestra vida.