Alguien me acaba de enseñar un vídeo que, según dice, tiene mucha gracia. Se titula: “Y entonces, Dios creó al hombre”. En él se ven tres muchachas tratando en vano de levantar una barrera que cierra el camino. A punto estaban de torcer el hierro cuando aparece un joven que, con un dedo, la empuja hacia adelante dejando libre el paso.
Ellas, muertas de risa, comprenden su torpeza. Este es el mensaje: Hace falta un cerebro masculino para entender que, si gira sobre un eje vertical, la barrera se desplaza en horizontal; bastaba con haber mirado. Moraleja: ellas no piensan; luego el hombre es superior. Dios lo creó –¡menos mal!– para resolver problemas.
Bromear sobre sus torpezas o tenerlas por inútiles, debió ser el pasatiempo favorito del macho cavernario; ellas, aún así, han sobrevivido. No sé si llegará el día en que esto cambie; pero a uno le llevan los demonios cada vez que una muchacha a la que, además de bonita, se le dijo: “que seas sencilla y buena en tus cosas”, tiene que compartir (competir) vida con el maniático que, –sabiéndose inteligente y capaz– ha hecho de su razón instrumental una puñetera ideología.
A un capuchino de Antequera, le oí decir: “El sacramento del matrimonio se realiza en la cama”. Muy en la línea de Santo Tomás de Aquino, piensa que el abrazo amoroso está ahí para hacer caer los palos del sombrajo de las tonterías. Mas, si con la cama no bastare, al tonto le digo yo lo que sigue:
Muchacho, tú no tienes
la más remota idea
del alma de esa carne; su dulzura:
¿No es ánfora? destila su piel un absoluto.
Hay precedencia ontológica
¿me entiendes?:
Que tus razones sirven,
como mucho, para velar su risa.