Estrenamos año litúrgico. Comenzamos el Adviento: Dios viene, ésa la gran noticia, pero no sabemos cuándo, así que más nos vale estar preparados. Como dice San Pablo, es posible que vengamos de una larga noche oscura, pues de todos es sabido que el creyente no está exento de las dificultades; pero precisamente el principio de superación de los problemas está no en dejarse vencer por ellos, sino en mantenerse en guardia. De la misma forma que cuando uno entra en un túnel no se alarma porque sabe que hay salida, el verdadero creyente sabe mantenerse en marcha dentro de los túneles de la vida.
En este Adviento nos vamos a embarcar como un barco que se lanza a la mar pero guiados por la Palabra del Señor. Este año el Evangelio de San Mateo es el que nos servirá de guía. Durante estos cuatro domingos el Señor nos va a dirigir su palabra. En este primer domingo la palabra es “velad”. El primer domingo es como un despertador que sacude la rutina con la que vivimos nuestras vidas o el derrotismo que nos hace pensar que no podemos cambiar nada. “Ya es hora de despertaros del sueño”.
Los cristianos hemos de vivir como si cada día que pasa el Señor estuviera un poquito más cerca.El Adviento también nos recuerda que el día está llegando; por tanto es tiempo para levantarnos, aunque nos cueste trabajo; es tiempo de quitarnos el pijama y revestirnos de luz y gracia de Cristo. Vistámonos de ese hombre nuevo, vistámonos con las mejores galas que tengamos, pertrechémonos con esas armas de luz dejando atrás todo el lastre de nuestras “noches oscuras”.
Como Jesús dice en el Evangelio, cuando el Hijo del hombre llegue, será a la hora menos esperada. La Navidad se vuelve a repetir cada año y nosotros seguimos esperando a Dios en los grandes sucesos pero Él sigue llamando a nuestras puertas en forma de una pareja de forasteros en busca de hogar, de un anciano que vive en soledad o de un pobre que no encuentra quien le ayude. Estemos atentos a esas pequeñas llamadas, porque en ellas viene Dios. Tenemos ante nosotros cuatro semanas muy especiales.
Cuatro semanas que nos preparan para acoger la radical solidaridad de Dios con nosotros. Celebrar el nacimiento de Jesús significa celebrar que, en Él, Dios mismo ha entrado en nuestra historia y se ha quedado. No está fuera ni allí arriba, como a veces imaginamos, sino dentro, haciendo suyos nuestros anhelos, afanes y dolores, acompañando nuestros desvelos y, sobre todo, sanando heridas.
Que este tiempo de Adviento, reavive los sueños de nuestro corazón, pero sueños que no nos adormezcan ni nos atonten, sino que nos hagan soñar despiertos con esas utopías que emergen en la historia y germinan en las cosas pequeñas. Vayamos a ellas como al pesebre y sepamos adorar en ellas al Dios sencillo que se nos ofrece como regalo indescriptible.