Aunque adore los engalanamientos de nuestras calles y edificios por motivos de las distintas fiestas, en mi personal opinión, los que llevamos a cabo en Navidad son rayanos en lo absurdo. Nos dejamos llevar por una tradición mal digerida y, sistemáticamente, ponemos en nuestras calles –no sabemos muy bien el porqué– algo así como la evolución en leds de lo que serían guirnaldas iluminadas. Realmente ni iluminan especialmente las calles ni resaltan especialmente las arquitecturas o los espacios públicos.
El paroxismo llega en la calle principal de Málaga, donde el delirio es evidente, monstruoso, impracticable, contraproducente, abominable y, directamente, hortera. Por supuesto, sin llegar a estos extremos, y, al margen de los muy cansinos y algo demagógicos debates sobre el gasto económico y energético, lo cierto es que una ciudad de primer nivel patrimonial como es la nuestra –porque lo es, aunque no se lo crea–, debería optar a un engalanamiento más pensado y delicado, –que no más abundante ni más caro–.
¿Por qué no engalanar con sencillas tiras de leds nuestras imponentes fachadas, resaltándolas? ¿Por qué no potenciar lo que tenemos de único y representativo? La iluminación de las fachadas del Ayuntamiento o de La Antequerana son buenos ejemplos de hacia dónde creo que deberíamos ir. Menos estandarización y menos elementos anónimos. Más imaginación y más cuidado.
Otro buen ejemplo es la fuente de San Sebastián convertida en Ferrero Rocher gigante y desgajado: gustará más o menos, pero es un detalle pensado y hecho a medida… y si no gusta, he ahí la bondad de la arquitectura efímera: que pronto será sólo una anécdota. Pero fue una anécdota pensada con mimo. Eso es lo que merece nuestra Antequera.
