Había una luz especial y sucedió que, como en la vida, todos la miramos rápidamente para instantes después, sumergirnos en las tinieblas esperando encontrar una solución a lo uno y lo otro. La negrura intensa llamaba más la atención que la claridad, eso por supuesto, como esas noticias amarilla que nos absorben el seso y que nos hacen olvidar lo que interesa realmente.
A mi lado, señoras con una rapidez inusitada en sus pies evitando pisar los primeros charcos esparcidos y rompedores de rutinas que jugaban traviesos por el enlosado marmóreo al “ahora me ves ahora no me ves”. Hombres que se subían el cuello de una gabardina inexistente porque en Málaga no se lleva esa prenda de vestir.Sonido atronador. Truenos furiosos. Chirriar de frenazos apurados en los semáforos. Verde, rojo, y el ambiguo ámbar. El agua se abre paso entre las nubes, entre los pensamientos encriptados de los humanos. Cae sin piedad, no elige ni foráneos ni guiris. La lluvia tiene el fatal deseo de mojar con fuerza todo lo que encuentre en su trayectoria.
Calle Larios y Alcazabilla corren en pos de los primeros zapatos que encuentren se llamen botines, deportivas o bailarinas. Pirámide de cristal vigilante y sorprendida. Salpicaduras de barro. Arcilla que baja a raudales de los montes. La curva de agua trae viento de cola. Se mueve libre y sencilla. Su misión, caer y mojar, empapar hasta lo más hondo. Configuración de sonidos que se mezcla de manera aleatoria y confusa en el atardecer de árboles y piedras. Cada gota respira vida impetuosa. Se oye el graznido de las gaviotas cercanas al puerto. Ciento de palomas levantan el vuelo con la pesada carga acuosa en sus alas. El olor atierra mojada se hace tan intenso que duele, que puede tocarse como si de algo físico se tratara. Mi lluvia no será las de ustedes por supuesto, pues las historias dependen de quien las viva y como se cuenten.