Antes los vientos eran más fuertes, eran fuertes como robles y barrían las calles y los campos con acicalada impunidad. Se sentían poderosos y creían que podían derribar cuanto encontraran a su paso. Intimidantes y agresivos.
Estos vientos hacían caer árboles fuertes como robles y arrancaba de cuajo las ramas que enronquecían de dolor. Sus gritos de desgarro no llegaban a ningún sitio porque los vientos se encargaban de hacerlos desaparecer. Tenían el don de los contorsionistas, para hacer su santa voluntad y salir de las situaciones difíciles con esa vaga sinceridad que los convertía en reyes de las praderas porque sus respuestas ante la naturaleza eran largas y pulidas y se perdían en el marasmo de los remolinos del tiempo.
Se daba el caso en alguno de estos vientos, que sus silbidos parecían contener notas acústicas de óperas conocidas y ellos se vanagloriaba de este asunto ante el mundo que maquillaba su agresividad. Se creían como Boreas o Aguilón vientos violentos raptores de doncellas.
Mientras, las ramas, optaron por desprenderse de sus hojas secas, llenarse de savia nueva y sentirse unidas aunque fuese difícil conseguirlo. Comenzaron a descubrir su fuerza a pesar de su posición quebrada por esos vientos y supieron que había llegado el momento de alzar sus quejas y que estas no estuvieran llenas de dolor atropellado por la fuerza de los vientos, sí no por la razón de ser ellas mismas y defender su territorio.
Se escuchó su voz de las ramas en los bosques más poblados, en los desiertos perdidos, en los senderos de asfalto y en los de hierba. Ramas jóvenes o curtidas se unieron frente aesos vientos acosadores porque no querían ver desgajarse ni una más de ellas.
Y así fue como poco a poco los sueños se iban haciendo realidad. Ellas sabían, saben, que aún quedaba mucho por hacer. Aun así consiguieron que algunos vientos llamados Weistein fueran condenados y pidieran perdón por sus tropelías. Esta noche el viento que se siente superior se lo pensará dos veces.