En esta tercera semana de Cuaresma, se nos presenta el encuentro de Jesús con la Samaritana. Este encuentro es una verdadera catequesis de lo que puede llegar a provocar en una persona el encuentro con Jesús y el anuncio de que Dios ama a todas las personas. Nos enseña como esa verdad se va descubriendo poco a poco, empieza en la experiencia humana y culmina con la confesión y el anuncio de la fe, que fue lo que hizo la samaritana. Ella era una mujer, sedienta no solo del agua para beber. Estaba sedienta de muchas más cosas.
Su vida parece que no había sido un modelo demasiado edificante. Es verdad que sólo intuimos cuál era la sed de esta mujer, podemos imaginar que es lo que realmente buscaba. Pero lo que sí podemos saber es de cuántas cosas andamos sedientos nosotros, esto sí lo podemos saber, claro que nos hace falta esa tan deseada sinceridad a la que tenemos que remitirnos cuando no solo oímos la Palabra de Dios, sino que la escuchamos con el corazón. Tenemos mucha sed de tener. Cuanto más mejor. Parece que no nos vemos saciados nunca. Tenemos sed del placer inmediato, efímero, la apariencia…Tenemos sed de fama, de reconocimiento. Que giren a nuestro alrededor en casa, en el trabajo, en cualquier círculo que nos movamos. Nos gustaría que nada se hiciera sin que yo lo sepa.
Y también estamos sedientos de afectos. En nuestro frío mundo parece que el calor humano ha sido el que más se ha congelado, y así palabras como ternura, afectividad, amistad, compañerismo, forman parte de una época pasada. La desconfianza, parece que se han instalado entre nosotros, y siempre tenemos que estar prevenidos por lo que pueda pasar. El fruto de la desconfianza es siempre la soledad. Pero a pesar de todas estas aspiraciones, parece que nada nos sacia. Nunca tenemos bastante ni nos damos por satisfechos, es como si esa felicidad que aspiramos encontrar “bebiendo de tantas cosas” que sacien nuestra sed no fuese suficiente. Y como a la samaritana, hoy a nosotros Jesús tiene algo que decirnos. Como a la samarita, Jesús nos invita a descubrirlo a Él como la auténtica agua que sacia la sed.
“Señor, dame de esa agua”, ésa es la petición que debemos hacer a Jesús, ésa es la petición que tenemos que hacer hoy en este tercer domingo de Cuaresma, cuando hemos recorrido la mitad de este tiempo que comenzamos el Miércoles de Ceniza. Aquel que descubra en quien nos habla todos los domingos al auténtico Mesías, será capaz de despojarse de todo aquello que en realidad le impide progresar y ser realmente uno mismo. Porque esto es lo primero que tenemos que hacer, despojarnos de esas cosas superfluas de las que nos hemos sobrecargado en exceso.
En esta tercera semana de Cuaresma tenemos que dejarnos guiar por El. Abre los oídos, ponte ante el sin miedo, y descubrirás que en este tiempo te pide una serie de cosas que seguro te van a exigir renuncia a lo que nos gusta, sacrifico, dolor…. pero sin olvidar que si somos fieles en esto, el camino termina en la resurrección, y como a la samaritana eso nos cambiará tanto la vida que sentiremos la necesidad de contagiar a los demás hermanos.