Las imágenes de Antequera en el pasado, con aspecto descuidado, empobrecido o, simplemente, antiguo forman parte de nuestro inconsciente colectivo. Como a todos nos resulta curioso contemplar nuestros espacios en su pasado, multitud de fotografías se comparten en libros y redes sociales que nos dan imágenes de una Antequera que nos resulta atípica, extraña, irreal y fascinante. Es nuestra ciudad pero con un halo que la convierte en irreal, mágica y, a partes iguales, cercana y onírica.
Los paseos que El Sol de Antequera está haciendo para capturar la excepcionalidad del paisaje de nuestra ciudad confinada suscitan sensaciones muy similares: imágenes cercanas pero distantes, habituales pero extrañas, consuetas pero extraordinariamente atípicas.
El magnífico ejercicio de registrar estos recorridos nos reconcilia y hermana con la Historia: lo que veíamos sólo en fotos –una Antequera de atmósfera enrarecida– lo vemos hoy como realidad.
Parece impropio que estas imágenes de desgracia no sean en blanco y negro. Que esta pena que se destila del vacío generalizado resuene en las calles tal y como hoy las conocemos. Que sea nuestro presente sea el que sufra calamidades de tal tipo.
Esa atmósfera enrarecida que emana del valioso documento histórico que este periódico está conformando nos hace conscientes de ser protagonistas de la Historia. Es algo que nunca creíamos posible, narcotizados, como estamos siempre, por las avalanchas de imágenes insustanciales a las que estamos sometidos y que nos forjan la estúpida impresión de vivir en un vacuo e infinito presente.