¡Feliz Pentecostés! Cuando comenzábamos nuestro confinamiento hace ya tiempo decíamos: “Que todo va a salir bien”. Pues ese eslogan nos venía bien para todo el tiempo pascual que hemos dejado atrás. El pasado domingo, en su Ascensión, nos quedábamos mirando al cielo y, con la idea de llevar la tarea que Cristo nos encomendó. ¿Seremos capaces? Pues precisamente por eso, Pentecostés es la confirmación y el aliento que necesitamos. Es la madurez de la Iglesia. Es el punto desde donde arrancamos para movernos por nosotros mismos, sin más que la presencia del Espíritu Santo.
Hoy, como recién nacido, suplicamos por alguien que nos empuje, que nos alimente o nos sostenga. Alguien que, nos vaya conduciendo por los mil caminos de la vida. ¿Quién es ese Alguien? Ni más ni menos que el Espíritu Santo. El amigo más desconocido y más invisible. El amigo que más hace por nosotros y, por qué no reconocerlo, al que menos sabemos agradecer su puntual y siempre certera ayuda. Él, en los momentos de desacierto, desasosiego, desencanto y tantas cosas que acechan a nuestro lado, con su presencia, se convierten en alegría. La misma alegría que, los Apóstoles, sintieron al recibir (en compañía de María) ese torbellino de fuego y amor, de locura y de gracia, de vida y de verdad que es el Espíritu Santo.
Por eso mismo, la fiesta de Pentecostés, aclara lo que no es importante. Aquello que nosotros, demasiado mediatizados por nuestras formas de ver y de entender la Iglesia, el Evangelio o a Jesús mismo, convertimos en máximo cuando es mínimo. El Espíritu nos invita a velar por la unidad, a vivir en comunidad, a trabajar para que la comunidad sea un reflejo del inmenso amor de Dios.
Hace tiempo, en el marco de un programa televisivo, era entrevistada una religiosa. Cuando se le preguntaba sobre al amor de Dios, ella, contestó: “no sirve de nada hablar del amor de Dios, si la gente con la que vivimos no nota que amamos, que les amamos, que nos desvivimos amando”. Sólo, el Espíritu, es capaz de promover en nosotros una cultura que aliente e impulse a sembrar nuestro mundo con ese amor que nace de Dios y a Dios vuelve.
Si el Espíritu Santo es inicio de muchas cosas, entre ellas de la misma Iglesia, ¿cómo no vamos a dar cabida y cobertura en este día de Pentecostés a este “dulce huésped del alma”? ¿No será que estamos demasiado vacíos porque, al Espíritu, lo hemos convertido en un extraño? ¿No será que nuestra fe es rutinaria y la tenemos con muchas telarañas?
Hoy, hermanos, los que fuimos bautizados, los que hemos compartido tantos momentos buenos con Jesús; los que hemos sido formados y alentados por su Palabra…somos confirmados, autorizados y renovados por la efusión del Espíritu Santo.
Siempre es bueno recordar aquella leyenda del árbol “creído” en medio del desierto. Pensaba que, lo más importante, era él. Creyó, incluso, que sin su sombra morirían los pastores y las ovejas que descansaban durante el abrasador sol por el día, durante el cruel frío de la noche. Pronto, muy pronto, aprendió una gran lección: valía más, mucho más, el agua que el pastor echaba sobre sus raíces, cada vez que descansaba su cabeza en el tronco, que toda la sombra que le regalaba.
Así nos puede ocurrir a nosotros. Sin el Espíritu, sin su frescura, sin su agua, sin su fuego, somos ramas secas, árboles sin fruto o con frutos dañados. Que el Espíritu Santo nos conduzca por los caminos de Cristo. Que no pensemos tanto “en la sombra que damos” cuanto en el cobijo que nos da esta tercera persona de la Santísima Trinidad.
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· Qué es el coronavirus: Virus que circulan entre animales, pero que algunos pueden afectar a los humanos, el nuevo se identificó en China a finales de 2019.
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