En este domingo la Iglesia se vuelve hacia su Señor para celebrar la fiesta de su Cuerpo y su Sangre, esa jornada que aún se denomina en el acervo popular como el “Día del Señor”, para destacar el día en que el mismo Jesucristo sale a las calles de nuestros pueblos y ciudades para bendecir con su presencia real a todos sus hijos.
Pero tampoco esta celebración va a ser normal este año. No va a ser posible salir por la calle para acompañar al Señor en la procesión de las procesiones. Así que a ese “ayuno eucarístico” forzado que hemos vivido durante más de dos meses con los templos cerrados, se une esta notable “ausencia” en nuestras calles.
Es cierto que poco a poco vamos volviendo a una cierta normalidad al poder recuperar la participación del Pueblo de Dios en la mesa del Señor, esta es aún progresiva y se ve limitada por el cumplimiento de las condiciones de aforo y de las normas de distanciamiento sanitario. Normas que entre otras cosas, no permiten realizar la deseada procesión de este día solemne con el Santísimo.
En este extraño año de la Pandemia, se nos pide que al final de las eucaristías se realice o un acto de adoración eucarística, o una pequeña procesión claustral por el interior de los templos. Además con la significativa ausencia la de los niños y niñas que en este año tienen aún pendiente poder celebrar su Primera Comunión.
Pero como no hay mal que por bien no venga, quiera el Señor que esta situación de “ayuno eucarístico” nos sirva para que en nosotros crezca el deseo de corazón de la Eucaristía y la necesidad de profundizar en su verdadero significado. Las primeras comunidades confesaban que sin “el Domingo, no podemos vivir”. Igual nosotros podríamos decir que “sin la Eucaristía, sin el Señor, nosotros, los cristianos del siglo XXI, no podemos”.
De los labios del propio Jesús lo hemos escuchado: lo hermoso de la Eucaristía es que es Él mismo quien se parte y se reparte, quien se nos da para alimentar nuestra vida. Así nos dice que “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.
Un alimento de vida que mira a alimentar nuestra existencia hoy, aunque al mismo tiempo contempla ya hacia la plenitud del banquete celestial, que quiere anticiparnos con este sacramento nuestra participación en el banquete eterno, como hijos muy amados de Dios.
Además, hoy, día del Corpus Christi, la Iglesia que peregrina en España celebra el día de la Caridad. “A Dios rogando y con el mazo dando”, nos dice el refrán. Y bien se puede aplicar a una situación tan especial como la que estamos viviendo actualmente: es un momento para dar gracias a Dios por los miles de católicos que, unidos al Señor, iluminados por su Palabra, alimentados del Cuerpo de Cristo, viven ofreciendo sus vidas, su trabajo y sus recursos a los más necesitados como voluntarios y/o socios de Cáritas.
Ellos, como Iglesia que son, han estado y siguen estando en vanguardia ante las necesidades de los especialmente afectados por la Pandemia. Este es un día donde toda la Iglesia está invitada a orar por todos ellos, para que el Señor les regale fortaleza de espíritu y lucidez para afrontar la nueva realidad de necesidad y pobreza que está surgiendo, esa crisis económica que está apareciendo tras la crisis sanitaria que tan duramente ha golpeado a nuestra sociedad.
Que Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, nos ayude a poner siempre nuestro corazón en los bienes del cielo y oriente nuestra mirada hacia sus hijos más necesitados, la presencia más privilegiada de su Hijo. ¡Feliz y eucarístico día para todos!