Y frecuentemente, el Señor, les hablaba en parábolas a sus discípulos nos dice hoy el Evangelio. ¿Por qué ocurre esto? Jesús era un buen pedagogo y sabía que era más fácil entender algo sobre el reino de Dios a través de un sencillo ejemplo que con una buena explicación teológica, necesaria, pero no fácilmente comprensible, y menos por la mayoría de sus oyentes, gente sencilla y de poca cultura. Saber adaptarse al oyente, al interlocutor es uno de los secretos de la comunicación. Y el uso habitual de las parábolas hacen muy accesibles las enseñanzas del Maestro en los relatos del evangelio.
Veamos un poco el texto que se nos presenta hoy y las diversas parábolas que lo componen: Comienza como la semana pasada con una siembra. Aunque las cosas no ocurren como podríamos imaginarnos, por mera casualidad. La mayoría de nosotros soñamos con un mundo feliz donde su ley pudiera ser la del amor que nos dice el propio evangelio. Sin embargo, la realidad, una y otra vez nos recuerda que esto no es así. Que el mal existe y convive con el bien, crecen ambos al mismo tiempo como nos recuerda especialmente esta parábola del trigo y la cizaña.
Dios se ha esmerado desde el principio en que el “campo” del mundo sea un vergel. Y pone en él a sus creyentes como la mejor semilla, para que haya fruto abundante. Pero no así el maligno que busca la ruina de esa vida armónica. A eso hay que sumar que en demasiadas ocasiones que tampoco nosotros colaboramos en que se haga realidad el deseo del corazón de Dios, cuando con nuestros egoísmos, con solo pensamos en nosotros y en nuestro interés no dejamos crecer la semilla de vida que Dios ha puesto en nuestro corazón. Porque la cizaña crece con fuerza y al mismo tiempo que la semilla.
Por ello habrá que esperar con paciencia a que crezcan ambas para separarlas. No hacerlo podría en peligro la cosecha, el fruto del amor de Dios que era el objetivo del sembrador. Aunque para ello habrá que esperar al juicio del final de los tiempos, habrá que tener la misma paciencia que Dios tiene con nuestros pecados y desobediencias.
Pero para eso parece que aún falta. Entonces, ¿qué podemos hacer durante esa espera? Lo va a explicar Jesús en sus otras dos parábolas del texto. ¿Dónde está la fuerza, en lo grande o en lo pequeño? Casi todos afirmaríamos que en lo primero. Pues Jesús vuelve a cambiar las “lógicas” reglas del juego para que veamos que no es así, que en lo pequeño también reside una fuerza, la fuerza de la esperanza, la fuerza de llegar a ser algo importante. La mostaza, pese a tener una pequeña apariencia física, siendo una pequeña semilla, apenas como una cabeza de alfiler, se transforma en un arbusto donde incluso pueden llegar a poner su nido los pájaros.
La última de las parábolas nos lleva a la cocina, con un ingrediente, la levadura, que muchos hemos puesto de nuevo en nuestras vidas y en nuestras recetas de pan durante el pasado confinamiento. Este elemento, esta “masa madre” que se añade a la harina y al resto de los ingredientes es la responsable de que ese pan amasado sea no solo comestible, sino que se convierta en un alimento delicioso al paladar.
El secreto está en la masa decía el anuncio, y es verdad. En esa levadura que la transforma en un elemento vivo que con un poco de la misma y su correspondiente reposo, hace que sea mucho y muy bueno el pan obtenido para alimentarnos. La sabiduría popular se empeña en decirnos que todo necesita lo suyo. Y este es un buen ejemplo. Pues hagámoslo vida. El cristiano necesita que el amor de Dios saque lo mejor de nosotros mismos. Ojalá sea la esa la levadura que nos mueva. ¡Que Dios os bendiga, hermanos!