Se asocia a los tatuajes un componente emocional que suele relacionarse con la inmortalización de recuerdos plasmados sobre la propia piel desde la consciencia de que ese sello va a permanecer indeleble con el paso de los años. Como en todas las profesiones, hay autores de mayor o menor calado, pero lo que está claro es que los tatuadores cuando trabajan sobre el cuerpo lo marcan para toda la vida.
Algo así le está ocurriendo a la ciudad desde que existe AFA,la Agrupación Fotográfica Antequerana que con 25 años de existencia ha dado buena prueba de su importancia a la hora de contar con un importante registro de archivos fruto del trabajo desinteresado de personas enamoradas de un singular arte que tuvo sus inicios allá por 1824 cuando Niépce obtenía imágenes extendiendo betún de Judea sobre una placa de plata sin olvidar las posteriores aportaciones fruto de las investigaciones de Luis J. M. Daguerre.
Hace poco, tras pasar a otra etapa menos activa en lo profesional, he tenido la oportunidad de reincorporarme a este colectivo y recuerdo la ilusión con la que allá por 1995, en la primitiva sede de calle Encarnación colaborábamos como buenamente podíamos para estudiar, fomentar y exponer entre otras temáticas, la singular belleza de aquella ciudad hoy patrimonio de la humanidad. Un especial recuerdo a María Jesús Casco (q.e.p.d) junto a amigos como Antonio Cabello, Antonio de la Linde, Tony Smallman entre otros muchos a los que se debe unir la presencia de Alfredo Sotelo, el verdadero motor de la citada agrupación sin cuyos desvelos nada habría sido lo mismo. En el caso de Alfredo creo que vamos tarde para reconocerlo, mucho más, como un digno ejemplo de esas personas que sin nacer en Antequera la viven y disfrutan tanto que nunca dudan en plasmarla en su obra y en su corazón.
Tras el obligado paréntesis, volver a AFA comprobando la ilusión con la que se sigue trabajando, a pesar de las dificultades de estos tiempos, no hace sino fortalecerme en la certeza de que pertenecer a ella te convierte en un modesto tatuador de este milenario enclave. La tinta en este caso se transforma en papel fotográfico o megabytes entrelazados por la piel de su historia. Antequera siempre en el objetivo.