Esta semana nos ha sorprendido el testimonio del hermano Luis Valero, quien coordina y dirige la Residencia de San Juan de Dios de Antequera. Conversamos con él, recordando cómo pasaron la primera oleada, donde padecieron cinco defunciones, dos de ellas por COVID-19. Fue algo nunca visto, que les obligó a dividir en tres la residencia y tener en frente al dichoso virus.
En esta segunda oleada, a la hora de escribir estas líneas, no habían tenido ningún caso positivo, algo que saben puede aparecer cuando menos se espere. Es una tragedia conocer día tras días las personas que nos dejan por esta pandemia, pero sobre todo en las residencias.
Todas ellas, de mayor edad, en su puente del adiós, puede acelerar su final e influir en su calidad de vida, si el virus entra en sus edificios. Nos deja bien claro el hermano Luis que las personas mayores: “No temen a la muerte, pero no quieren morirse como ninguno queremos”.
Debe de ser durísimo no poder ver con normalidad a un padre, a una madre, a un abuelo, a una abuela, a un tío, a una tía, a un amigo, a alguien que se le aprecia, a la mujer o el esposo. Y más aún que fallezca o se contagie.
Sigue preocupando el tema de la Residencia de Pinofiel, donde tras declararse el brote inicial y el contagio de residentes y personal y una defunción, la Junta de Andalucía (preguntada varias veces por este periódico) no ha dado ningún dato más.
Pude ser comprensible el enfado de sus gerentes cuando se publiquen estas estadísticas, pero no es culpa de quien lo difunda, sino de la pandemia. El hermano Luis lo deja claro en la entrevista: son residencias, no centros sanitarios.
Al escribir estas líneas a las 20,35 horas del jueves, nos encontramos con un nuevo furgón fúnebre durante la segunda oleada que es al menos el sexto que hemos visto nosotros mismos o algún familiar nos ha comunicado un fallecimiento, sin saber oficialmente la causa. (Por cierto, ¿saben las autoridades sanitarias cómo se hacen algunos traslados y visitas en plena calle peatonal del centro? Algunos, no todos…).
Lo lamentable es que una persona, tras una vida entera de lucha y sacrificio, se vaya en silencio, en soledad, sin que casi se sepa que se nos ha ido. Ojalá algún día alguien explique lo que pasa en su interior, por poder ayudarles a lo que haga falta y por darles ánimos, como cuando se hizo pública la situación en San Juan de Dios en la primera oleada.
Y lo decimos por el respeto y amor a nuestros mayores, a quienes cada uno de los que lean estas líneas, lo tendrán. Justo lo escribimos en puertas del cuarto aniversario, que nos dejó nuestro padre y maestro.
¡Qué dolor más grande debe ser no poder estar al lado de una persona cuando se nos va! Ojalá venga ya el tratamiento, la vacuna y un impulso grande a las residencias. Porque situaciones como ésta no se pueden volver a vivir.
Mientras, seguimos pensando que allá arriba, en el Cielo, aún no hay wifi que conecte con la tierra, o fibra óptica. Quizá la haya, pero si a nosotros nos cuesta trabajo configurarla, imagino lo que les pasará a nuestros padres y abuelos.
Seguimos esperando las correcciones con el inolvidable pillot rojo, sus recomendaciones y su último whatsapp de trabajo: “Ya he terminado lo mío, ¡dame algo y yo te lo escribo! Déjame espacio para lo de Dcoop y Mercadona!”. Pero un 16 de noviembre de 2016 perdió la conexión…
Seguimos mirando el whatsapp a ver si nos llegan sus indicaciones, le mandamos mensajes, pero no se pone en “azul” el texto enviado. Otra señal que no hay conexión a Internet entre el Cielo y la tierra.
Ojalá algún día se tuviera… Antes, llegará el fin de esta pandemia, que desde allá arriba la estarán siguiendo como pueden y ayudando a entrar a los que se van de estar con nosotros. #TQP