La liturgia, tras habernos acercado a Belén y a la Sagrada Familia, hoy, pone de nuevo ante nosotros el Evangelio que leíamos en la misa del día de Navidad. Es como si nos estuviera diciendo: volved al Misterio de Dios encarnado. Contempladlo despacio. Observad lo alto, ancho y profundo del amor de Dios.
Y para gustarlo, escuchad con el corazón y el alma este incomparable prólogo de San Juan: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios… Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres… A cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios a los que creen en su nombre… Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”.
Con su descripción, el evangelista nos eleva a la más increíble cima. Desea llevarnos al “principio”, al inicio y sustento de todo. Y nos recuerda que lo que sostiene la creación es el Verbo de Dios: “Porque por medio de él se hizo todo de cuanto fue hecho”. Tan sublime prodigio creador tiene un porqué, dirá San Pablo en la segunda lectura, porque “Él nos eligió, antes de la creación del mundo, para que fuésemos santos e irreprochables en su presencia, por el amor”.
Todo, para que vivamos en su presencia creadora. Todo, para que hagamos cada vez más viva la presencia de Dios por el amor, y así logremos alcanzar la más alta vida espiritual. Pues Él está ante nosotros y en nosotros. Su Espíritu habita en nosotros, en nuestra más íntima intimidad. ¡Qué sonoramente lo decían los latinos: Intimior intimo meo! Y para que nosotros mostremos su presencia, san Pablo desea que seamos imagen suya. Imagen creadora en medio de nuestro pueblo. Creadores en todos los campos desde el Espíritu, abiertos siempre al Espíritu de Dios, al Espíritu de amor.
Y si así vivimos, alcanzaremos la vida y luz verdaderas. Y nuestras vidas, por pequeñas que parezcan, serán eco de Dios, eco del Verbo y del Espíritu que clama Abba en nuestro interior.
Por lo que dice san Juan: “a cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios… Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios”. El Verbo se hizo carne, para hacernos hijos, para que aprendamos a ser hijos en el Hijo. ¡Qué inmenso regalo del Padre! Que 2021 añada esperanza, fe, amor, salud, y la alegría de la filiación como hijos del Padre, a cada uno de nosotros. ¡Feliz Año!