Hablaremos de ellas, de nosotras de las que avanzaron por la senda de una estrofa sáfica o por los caminos de piedras esmaltadas por la historia. Mujeres que hablaron o enmudecieron, que salieron o entraron de sus casas, de sus vidas de ellas mismas para ser ellas.
Queda un enorme y largo espacio de tiempo para ser caminado, para recordar que no estuvimos solas pues antes de nuestra presencia en este mundo lo hicieron nuestras madres, nuestras abuelas, aquellas y otras mujeres de las que nunca oiremos hablar de las que no ha quedado ningún testimonio escrito o narrado, solo la huella de una profunda aura recuerda su pasado y nos enseña el futuro.
Voces que se elevan por encima de las manos aunque estas intenten llegar hasta aquellos horizontes que en las alturas se ven inalcanzables pero también inexpugnables para quien quiera arrasarlas sin conocer que lo que ya existe, la voz que se levanta, seguirá haciéndolo por todas.
Aquí estamos, aquí somos. Sonidos del día y de la noche. Las manos que tejen historias para enlazar como eslabones de una inmensa cadena humana, que puede romperse por algún lado pero que se recompone y se rehace. Somos el agua que orada la piedra aunque esta sea dura, áspera, terca, irrazonable o políticamente incorrecta. No creemos estereotipos ni mundos distópicos. Las palabras se unen formando freses, creando ideas, enseñando como avanzar significando la salida de nuestro campo virtual cómodo, de nuestra zona de confort. Así queremos que lo que empezó siga, que lo logrado no se diluya, que la voz no se silencie.
Existimos como somos. Cenizas no queremos ser, pero si en ello nos convirtiéramos, renaceremos. Si el agua que bebemos es amarga y está llena de llanto, cambiemos el sabor en la huida de los corazones vacíos, en las mentes huecas, en las manos que no trajeron nada, en la oquedad de los pensamientos. Aquí estamos. Aquí somos, no olvidadas. Vivimos. Continuamos.