La noche había sido difícil. La nave yace solitaria en medio de un mundanal silencio desprovisto de luces de neón y abarrotado de hierros retorcidos que se llenaban de óxido con la entrada de la primavera. Colores ausentes de cuadros pintados por Degas y sus oscuras historias que bailan entre tutús y bambalinas, escapando de escenario en escenario como alma que lleva el diablo intentando encontrar un cuerpo material en donde acurrucarse. Asonancias que llegan de las profundidades de la tierra y se deshacen inquietas en la absenta, el Diablo Verde de los tragos bohemios, el cual se detenía en un tiempo mínimo creado de espacios y minutos ciegos.
Las hojas de papel que amarillea, arrullan a las hojas de los árboles que brillan por su ausencia en aquel barracón lúgubre. Se sale adelante con ingenio, de él aprendieron los más pobres, los más sabios, los más tramposos.
Lucha para dibujar el torrente que ya existe en la mente. (Kerouac)
Las páginas interconectan como si una mano invisible llena del poder de la palabra las entrelazara en torno a una estructura convexa que alguien depositó en una escalera improvisada. En cada escalón el papel y las historias se funden en las páginas, estas han llegado de un café que hace esquina en la mente de los escritores y huele a humo aún ahora. Este es un lugar al que nadie se acerca, porque les trae sin cuidado lo que haces.
La soledad no se encuentra, se hace. (Henry James)
Un vacío en el aire reclama párrafos con un interlineado ficticio, con una paginación pertinaz, que engrosa la trama de los cuentos, de las novelas de las historias sean blancas o negras, del arte de escribir y ser escrito. En el despojado almacén, allí en las afueras de la ciudad que no existe. Un libro ilumina la noche de los tiempos sabios y se queda inmutable ante el paso de los siglos.