Los actores de la vida le dan lugar al trabajo de la calle. Barrenderos que barren, empleados, en grados diferentes, que ligeros recorren el trazado normal de su existencia, madres de distintos estratos sociales que llevan a sus hijos al mismo colegio, padres que se afanan en ser los cabeza de familia, rubias sin escrúpulos o morenas con ellos o sin ellos, para el caso es lo mismo, mafias de todo tipo que se las apañan para subir dividendos en estos meses de oscuros designios. Inteligencia que cambia según sople el día.
Zapatos gastados que manejan cifras increíbles de días y horas de supervivencia, sandalias a tres bandas que realizan carambolas sobre los últimos charcos de una primavera que se empeña en usar adjetivos superlativos en cuestión de lluvias extremas que se incrementan dependiendo de la cadena de televisión que nos muestre las tormentas o el sol convertido en crematorio natural. Depende para que quieran usar esta noticia.
Hemos descubierto que el turismo constituye la inmensa mayoría de ingresos de los españoles. Ya lo sabíamos claro, pero la pandemia ha dejado más que claro que esto es así. ¿Hemos aprendido algo de todo ello? Pues no. Un NO rotundo porque lo que vemos rulando por ahí son los millones de turistas que vendrán a España el próximo verano. Camareros, limpiadores/as, no sé si captan la ironía del masculino plural, de hoteles, restaurantes, gerentes también por supuesto pero cuando echamos manos a los datos los desempleados, estos pertenecen al sector turismo y por el orden citado más o menos. Fiarlo todo a una misma jugada es de perdedores.
En los parques infantiles corre el aire con alegría de libertad. Sin saber por qué, estos espacios lúdicos habían quedado cerrados por esas cintas voladoras de “prohibido el paso” y los chicos, los más pequeños de barriadas y extrarradios principalmente, se quedaron sin el lugar favorito de las risas y los juegos, de la esperanza de una vida mejor con un toque de tobogán o columpio.