Jesús habla al corazón del hombre con un lenguaje sencillo que todos entienden. Acostumbrados hoy a la tecnología y rapidez del móvil, nos resulta difícil detenernos a escuchar estas dos parábolas de la siembra que es un proceso lento. Con estas pequeñas parábolas contrarias a la productividad y la eficacia, Jesús compara el reino de Dios con ese misterioso crecimiento de la semilla, que se produce sin la intervención del sembrador.
Esta parábola, tan olvidada hoy, resalta el contraste entre la espera paciente del sembrador y el crecimiento irresistible de la semilla. Mientras el sembrador duerme, la semilla va germinando y creciendo “ella sola”, sin la intervención del agricultor y “sin que él sepa cómo”.
Acostumbrados a valorar casi exclusivamente la eficacia y el rendimiento, hemos olvidado que el evangelio habla de fecundidad, pues Jesús entiende que la ley fundamental del crecimiento humano no es el trabajo, sino la acogida de la vida que vamos recibiendo de Dios.
La sociedad actual nos empuja con tal fuerza hacia el trabajo, la actividad y el rendimiento que no percibimos hasta que punto nos empobrecemos cuando todo se reduce a trabajar y a ser eficaces. La misma pandemia ha llevado al teletrabajo convirtiendo a muchas personas a la sola productividad relegando su vida familiar y personal. La “lógica de la eficacia” está llevando a muchas personas al “paro”, desplazadas por la tecnología o mano de obra barata explotando a los más pobres. Todo ello unido al daño psicológico realizado por el COVID, está llevando hoy al hombre a un deterioro creciente de sus relaciones con el mundo y las personas, a un vaciamiento interior en donde Dios va desapareciendo poco a poco del horizonte de la persona.
En medio de esta cruda realidad no es fácil hacer crecer la semilla de la fe en Dios. Pues al mismo Jesús le preocupaba que sus seguidores terminarán un día desalentados al ver que sus esfuerzos humanos por hacer el bien no iban a ser aplaudidos. Jesús enseña a sus discípulos y a nosotros como cristianos que lo primero que hemos de aprender es sólo “sembrar” y no cosechar. No podemos vivir pendientes de los resultados. Su atención y la nuestra se centrará en sembrar bien el Evangelio. Todos somos colaboradores de Jesús y hemos de estar dispuestos a ser sembradores en la familia, en el trabajo y en el ambiente donde nos movemos de paz, de escucha, de alegría y de fe en Jesucristo.
Tarde o temprano, los cristianos sentiremos la necesidad de volver a lo esencial. Descubriremos que solo la fuerza de Jesús puede regenerar la fe en la sociedad descristianizada de nuestros días. Entonces aprenderemos a sembrar con humildad el Evangelio como inicio de una fe renovada, no transmitida por nuestros esfuerzos sino engendrada por Dios
Ya vamos saliendo del COVID, gozamos de la protección de la vacuna y no nos olvidemos de esa semilla de fe que Dios ha puesto en tu corazón. Como en la parábola la fe va creciendo dentro de nosotros. Y no olvidemos que cuando Dios penetra en una persona o en un grupo humano, allí comienza a crecer algo que a nosotros nos desborda.
Finalmente recordemos que tras el COVID vivimos tiempos difíciles en donde el egoísmo, la indiferencia y la falta de ayuda y solidaridad claman a Dios. Pensemos en esos miles de emigrantes que han llegado a nuestras costas, muchos se han ahogado, luchan por vivir. Es la hora de ser sembradores de vida, de fe y esperanza.