Felipe no necesita presentación, es hombre sencillo de sobrias costumbres y austero en su día a día. Hace un tiempo, recibió un encargo de los Hermanos de San Juan de Dios para pintar algunos lienzos.
Estarían destinados a hermosear, más si cabe, la capilla que tienen en su residencia antequerana. La temática era figuras humanas, solas, contemplando un más allá que existe porque es fácil leerlo en sus rostros. Son los santos de su orden, esos hombres sobresalientes que han empujado a muchos otros a seguirlos y ofrecer una visión del mundo sin complejos, humana en todas sus facetas, capaz de transcender lo espiritual y que dignifica la vejez de manera admirable.
Por estos días calurosos y largos, el pasado verano, tan bien recibido, donde nos creímos, inocentemente, que habíamos dejado atrás una primavera llena de miedos y sombras, tuvimos, un grupo de amigos, la enorme suerte, de contemplar el primer trabajo de Felipe con la Orden Hospitalaria. Nos dejó embobados, un artista ve, lo que nadie ve. La capacidad de crear, de sobresalir en un mundo de mediocres es una cualidad que tiene mucho que ver con el alma. Felipe tiene alma y es un gran artista. Libre para crear, no tiene escuela, no es nada impostado, es natural, casi transparente, con unas manos mágicas. No hay guión aprendido solo belleza.
Unos meses más tarde, víspera de Nochebuena y con el pretexto de desearnos las felicidades navideñas, volvimos a reunirnos. Y ante el segundo cuadro nos rendimos. De nuevo, boquiabiertos.
El día 2 de agosto, festividad de los Ángeles, nombre del que se dice que emana sensibilidad y delicadeza, vuelve a sorprendernos, en un whatapps, la tercera obra de Felipe. San Juan Grande, no pudo aparecer en el móvil mejor día, su rostro es profundo y sensible, elevado hasta un infinito que el santo acierta a descubrir. Tres rostros que miraron al mundo y a Dios. Y un pincel, el de Felipe, que ha sabido salir al encuentro.