Existían momentos especiales de televisión en mi infancia, y uno de esos eran los medios días de los sábados. Tras el telediario, los niños y niñas de aquella época disfrutábamos de la esperada serie estrella de dibujos animados de la semana. Había otra forma de disfrutar nuestras aventuras televisivas, muy distintas a las de ahora. Esperábamos, en este caso, toda una semana para seguir nuestra serie, y ¡ay! si no podías, tenías la sensación de haber perdido ese capítulo para siempre. Un sentimiento totalmente perdido en la actualidad, debido a plataformas de cine, televisión e internet en general. Una de esas series, al que uno le tiene un cariño especial es “D’Artacán y los tres mosqueperros”. Les revelaré que este mes de agosto en una sala de cine me volví loco con el tráiler. Y por supuesto fui a verla, faltaría más. Me transportó a mi infancia, a esas tardes deseadas de los sábados. Los fines de semana empezaban con el bocata de Tulipán por la tarde, viendo los dibujitos de “Sherlock Holmes”, y terminaba los domingos con “FraggleRock”. D’Artacán era la adaptación a dibujos animados, de la conocida obra de Alejandro Dumas, “Los tres mosqueteros” (1844). Por aquel tiempo, ya había visto con mis padres las adaptaciones cinematográficas hasta la fecha. Me encantaban. Tanto es así, que sus Majestades de Oriente se enteraron, y un año me dejaron un maravilloso traje de mosquetero, con el que iba saltando de banco en banco en el Paseo Real de Antequera. La tarde de agosto disfruté de los mosqueperros en el cine, fue una vuelta a mi infancia, a bonitos recuerdos. Tras todo ello, una figura a homenajear, Claudio Biern Boyd. Este gran productor supo hacerse con los derechos de series míticas de nuestra infancia, para venderlas a TVE: “Mazinger Z”, “Los Picapiedra”… y terminó produciendo títulos como “D’Artacán y los tres mosqueperros”, entre otras tantas como: “La vuelta al mundo de Willy Fog”, “David, el Gnomo”… Claudio Biern regaló a mi generación sueños y momentos únicos, alimentando sanamente nuestra imaginación, con valores eternos. Sentado en la butaca del cine, tarareé la canción, reí, me emocioné… Esa misma noche en Antequera, en el país del “Nunca jamás”, un niño de pelo rizado volvía a saltar y a reír, entre los bancos del parque y la Negrita.Blandiasu estoque entre risas, mientras gritaba… ¡Todos para uno y uno para todos!