Todos estaremos de acuerdo en que vivimos en un mundo que se rige por tiempos, por tiempos cronometrados, ajustados al segundo, con una hora concreta de inicio, y sobre todo, con una hora concreta de finalización. En este mundo estamos todos, o por lo menos los que podemos leer esto, y este mundo lo hacemos entre todos, así que este mundo es, como los que vivimos en él queremos que sea, aunque esto último no siempre se comprenda como real.
Pero, y si nuestro particular mundo, en el que mandamos nosotros y nadie más, lo ajustamos a lo que creemos que debería ser el ideal de mundo. ¿Estaríamos contribuyendo a la consecución de esa, digamos, utopía?… detenga en este momento, querido lector, su apreciada lectura del presente texto, y respire hondo por su nariz, expulse ahora el aire por su boca, lento, despacio… y mire a su alrededor, sea donde sea que usted esté durante la lectura del presente escrito… abandone la lectura y reflexione sobre lo que lleva leído… …, …, si desacelerásemos todos nuestro propio mundo, el global iría más lento, el conjunto de los mundos que hace realidad en el que todos nos movemos, estaría siendo mejor… ¿no?
Es lo que se ha venido llamando, en estos tiempos modernos, la “slow life”, un movimiento que nació en 1986 cuando el periodista Carlo Petrini se encontró un McDonald´s en plena Plaza de España de Roma. En un país como Italia, con un culto por la buena comida tan extendido, aquel acto era ir demasiado lejos.
Deberíamos proponernos saber parar, saborear el presente, disfrutar de un simple bocado a un excelente mollete de Antequera sin prisas, mirando lo que nos rodea y sintiendo el placer que nos genera, compartir momentos con nuestros queridos y dejar que pase el tiempo… ya vendrá él a pedirnos cuentas. Pero mientras, desechemos la impaciencia. ¡Gracias, siempre!