Antequera en la tarde y tras los montes.
¡Detente, viajero, en tu camino!
Esa vega anchurosa que aparece
en la tarde rendida ante tus ojos,
es de Antequera y sabe de rumores
de ríos y de soles implacables.
Tiene una Peña erguida, enamorada,
crónica de la historia y que recuesta
su cabeza ondulante entre los campos
que el Guadalhorce besa.
Tiene, en sus tierras, duros labradores
que saben de la vida y las estrellas
y una huerta de frescor apacible
donde el alma se templa.
Arriba está el Castillo, que vigila
la ciudad y su Vega.
Entra en ella, viajero, y no te turbe
la antigua fortaleza.
Ni el repicar continuo
de continuas iglesias
ni los patios sombríos
ni las mujeres bellas.
Sábete solamente
que estás en Antequera.