viernes 22 noviembre 2024
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II Domingo del Tiempo Ordinario: Milagros, prodigios o signos

Después de concluir las fiestas navideñas el domingo pasado con el bautismo de Jesús, hoy nos encontramos con un gesto  humano y alegre de la vida de Jesús de Nazaret. Ocurre el momento en una boda, allí acude acompañado por su madre y los amigos. En ese ambiente y petición de la Madre, Jesús realizará el primer signo de su vida. El evangelista Juan no dice que Jesús hizo “milagros” o “prodigios”. Él los llama “signos” porque son gestos que apuntan hacia algo más profundo de lo que pueden ver nuestros ojos. En concreto, los signos que Jesús realiza, orientan hacia su persona y nos descubren su fuerza salvadora.

 

Lo sucedido en Caná de Galilea es el comienzo de los que vendrían después. El prototipo de los que Jesús irá llevando a cabo a lo largo de su vida. Todo ocurre en el marco de una boda, la fiesta humana por excelencia, el símbolo más expresivo del amor,  la mejor imagen de la tradición bíblica para evocar la comunión definitiva de Dios con el ser humano. La salvación de Jesucristo ha de ser vivida y ofrecida por sus seguidores como una fiesta que da plenitud a las fiestas humanas cuando éstas quedan vacías, «sin vino» y sin capacidad de llenar nuestro deseo de felicidad total.

Pero el relato sugiere algo más, el agua solo puede ser saboreada como vino cuando, siguiendo las palabras de Jesús, es «sacada» de seis grandes tinajas de piedra, utilizadas por los judíos para sus purificaciones. La religión de la ley escrita en tablas de piedra está exhausta; no hay agua capaz de purificar al ser humano. Esa religión ha de ser liberada por el amor y la vida que comunica Jesús. No se puede evangelizar de cualquier manera. Para comunicar la fuerza transformadora de Jesús no bastan las palabras, son necesarios los gestos. Evangelizar no es solo hablar, predicar o enseñar; menos aún, juzgar, amenazar o condenar. Es necesario actualizar, con fidelidad creativa, los signos que Jesús hacía para introducir la alegría de Dios haciendo más dichosa la vida dura de aquellos campesinos.

A muchos cristianos de hoy la palabra de la Iglesia los deja indiferentes. Nuestras celebraciones los aburren. Necesitan conocer más signos cercanos y amistosos por parte de la Iglesia para descubrir en los cristianos la capacidad de Jesús para aliviar el sufrimiento y la dureza de la vida. ¿Quién querrá escuchar hoy lo que ya no se presenta como noticia gozosa, especialmente si se hace invocando el evangelio con tono autoritario y amenazador? Jesucristo es esperado por muchos como una fuerza y un estímulo para existir,  y un camino para vivir de manera más sensata y  gozosa. Si solo conocen una “religión aguada” y no pueden saborear algo de la alegría festiva que Jesús contagiaba,  muchos seguirán alejándose. 

Martín Descalzo, en uno de los preciosos  libros, “Razones para la Alegría” nos decía que un cristiano triste, es un triste cristiano. No seamos tristes, Cristo no lo fue, y como no lo fue era transmisor de alegría para todos los que en contacto con Él entraban, pues nosotros a imitación de Maestro debemos ser  “portadores” de alegría y “solucionadores”  de problemas para los demás. Cuando tengamos claro esto, aquellos que no vienen a nuestra fiesta eucarística estoy seguro que se empezarán a sentir llamados y acogidos.

 

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