La otra tarde andaba nuestro alcalde por Calle Estepa en compañía del Consejero de Sanidad, Sr. Aguirre, al que, como a uno más de los mortales, se le oyó este desahogo ¡Cuando esto acabe…! No era cosa de dar la vara; si no, le hubiera dicho que, cuando acabe, esto se estudiará como un gigantesco ejercicio de control social: Jamás la masa estuvo más a merced de los “Mass-media”. Le hubiera recordado también lo que ya sabe: que la pandemia de peste bubónica que asoló Europa a mediados del siglo catorce no fue menos mortífera –se llevó por delante a un tercio de la población–, que nuestra covid 19. Pero, aún así, los que sobrevivieron en sus segundas residencias (lee el Decamerón), volvían como rosas porque aún no se había inventado nada parecido a la puñetera televisión. Nosotros en cambio –televidentes infobesos–, nos parecemos a aquel pasmao de Goliat que se quedó plantado, esperando que el listillo de David le asestara una pedrada en plena frente: ¿A quién se le ocurre ponerse a tiro de un cabrero no teniendo ni una mala escopeta?
Pues lo mismo: Los medios serían respetables sólo si aceptaran ser medianamente interactivos; si tú le dices: por qué no te callas y el tío no menciona más la pandemia en quince días. Eso sería lo suyo, Y si contigo, un particular, no funciona por más voces que le pegues al televisor; los políticos tendrían que racionarle el pienso a esa gran bestia que rumia, a jornada completa, pandemias, volcanes o, crímenes: y es que de eso vive. Pero ya lo dijo el sabio: Un volcán por semana es una cosa sana; una pandemia al día, una porquería. Y si no, al tiempo.
Los medios, más que ayudar, van a continuar siendo tóxicos; pero hombres honrados y con sentido práctico –no hay más que ver lo de los culillos–, como Don Jesús Aguirre, debieran haber aconsejado al personal lo que ya es una práctica universalmente aceptada: que, vacunas aparte, nada estimula más nuestro sistema inmune que plantarle cara cada mañana el virus con un: “me voy a c… en tu padre”.
