domingo 24 noviembre 2024
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Festividad del Corpus Christi

“Tres jueves hay en el mundo que brillan más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”. Así reza un refrán antiquísimo que nuestros antepasados se encargaban de que aprendiéramos para dar importancia a nuestras festividades religiosas. Hoy es uno de esos días precisamente, celebramos la festividad del Corpus Christi.

Con esta festividad la Iglesia muestra al mundo el Corpus Christi, el Cuerpo de Cristo.  Nuestra mirada de creyentes se concentra en el Santísimo Sacramento, donde Cristo se nos da a sí mismo: cuerpo, sangre, alma y divinidad. La Eucaristía es el tesoro más valioso que hemos recibido del Señor.

El Corpus Christi es un día solemne y entrañable. Dedicado a celebrar el misterio de la presencia real de Jesucristo en las especies eucarísticas. Mostramos al mundo el Santísimo Sacramento, memorial vivo del sacrificio redentor.

Recordamos hoy también el Jueves Santo. El Señor celebró la Última Cena con los discípulos: culminación de la cena pascual judía e inauguración del rito eucarístico.

El profundo silencio del Jueves Santo envuelve el sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Parece que la alegría no puede manifestarse en toda su intensidad, ni tampoco, con mayor razón, las manifestaciones públicas de piedad eucarística de los fieles.

Por eso los cristianos sintieron la necesidad de una fiesta propia, en la que se pudiera expresar con intensidad la alegría y el gozo por la institución de la Eucaristía.

Así nació hace más de siete siglos, la solemnidad del Corpus Christi, con celebraciones festivas y procesiones eucarísticas, que nos recuerdan el camino solidario de Cristo con la historia de los hombres.

Esta fiesta del Corpus Christi viene a recordarnos que no estamos solos. Cristo camina a nuestro lado. Es más: Cristo camina a la cabeza del Pueblo de Dios y nos guía a la meta definitiva. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, dice el Señor; quien coma de este pan vivirá para siempre. Cristo vivo, realmente presente en las especies eucarísticas, camina a nuestro lado a lo largo de los siglos y sostiene nuestra esperanza.

Cristo  en la Eucaristía permanece con nosotros. Aquél que los discípulos encontraron y siguieron, que vieron crucificado y resucitado, y cuyas llagas tocó Tomás, postrándose en adoración y exclamando: Señor mío y Dios mío es el que se asemeja a nosotros en nuestra vida corriente y diaria.

Cristo en el Sacramento del altar ofrece a nuestra contemplación amorosa toda la profundidad de su misterio, el Verbo y la carne, la gloria divina y su morada entre los hombres. Ante él no podemos dudar de que Dios está con nosotros. En él somos, verdaderamente, hijos de Dios.

Jesús se nos da como pan de vida y bebida de salvación. Por la comunión con su Cuerpo y con su Sangre, nos da el poder de la victoria sobre el pecado y sobre la muerte.

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día,  el que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Bendito el Cuerpo y la Sangre del Señor que celebramos hoy.

 

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