Me refiero, lógicamente, al viernes 16 de septiembre, celebración de Santa Eufemia y Día de Antequera. Este día, ya reflejado en todo su esplendor por “El Sol de Antequera”, ha quedado grabado en mi corazón como el día en el que volví a encontrar a viejos amigos y descubrí a otros nuevos. Ese día, el Ayuntamiento de Antequera llevó a efecto mi nombramiento de Hijo Predilecto de la Ciudad. También fueron distinguidos con diferentes galardones viejos y nuevos amigos que me trajeron recuerdos de mi época de joven estudiante de bachillerato –caso de los amigos de La Castellana con su madre Nena al frente–, otros recuerdos más recientes –Aurora Villalobos y Bartolomé Ruiz–, y alguna nueva amistad catapultada por nuestra pasión por Unamuno: Ezequiel Navarro.
Permítanme algunos comentarios íntimos sobre mis vivencias de ese día algo extraño para mí, con demasiados honores. Pensé mucho en mis padres y pensé mucho en mi primo Juan Alcaide, a quien imaginaba con su socarronería habitual, atento a todos los detalles… El cielo estaba claro y dejaba vislumbrar todas estas cosas desde la explanada de Santa María; al menos, me lo parecía a mí. Todos estaban “por allí”. Me sentí arropado por mi familia más próxima, por los amigos que siempre suelen acompañarme, y por los antequeranos –familiares o no– que ya no están con nosotros.
Fui con antelación suficiente a Santa María. Tenía invitaciones que distribuir entre mis amigos asistentes al Acto, pero, sobre todo tenía ganas de sentirme sólo y lejos de todo; necesitaba pensar en soledad en aquella inmensidad. Tras “saludar” a la placa que nos recuerda la primera escuela de gramática antequerana y a la estatua de Pedro Espinosa, mi mirada se dirigía una y otra vez hacia la iglesia del Carmen, sin saber por qué; ¿sería acaso porque me bautizaron allí hace ya tantos años? ¿O sería quizá porque en la misma dirección, mucho más lejos, aparece La Peña de los Enamorados, otro de los símbolos antequeranos, este último negándose a ser considerado, con absoluta falta de poesía, sólo como la cabeza de un indio? Sí: la placa recuerdo de la escuela de gramática antequerana, la Peña, el Carmen, Santa María, mis amigos –viejos y nuevos– y mis antepasados –familiares y otros– me acompañaron en aquella media hora de silencio, antes de que comenzaran los fastos.
Debo reconocer que el Acto me pareció muy bien organizado y muy bien llevado por el Departamento de Protocolo del Ayuntamiento con su responsable Pablo Guerrero al frente. La sorpresa de los cantes de Alexis Molero recordándonos a la Niña de Antequera endulzó la mañana: aprendí de todos los que hablaron –Hijos Predilectos y Adoptivos y Jarras de Azucenas– y del saber estar del alcalde, y de los componentes de la mesa presidencial. Y surgió de aquel acto un intercambio de correos, prólogo de una buena amistad con Ezequiel Navarro, también Hijo Predilecto, CEO del grupo PREMO, líder mundial en la fabricación de componentes electrónico para automoción, quien en su intervención resaltó la importancia de la innovación, y de la formación de las nuevas generaciones. Ezequiel es además lector y admirador de Unamuno, y pescador de truchas en algunos ríos pirenaicos. ¡Habrá ocasiones para seguir hablando de Unamuno y de las truchas y el románico del pirineo oscense, Ezequiel!
No quiero dejar de escribir unas palabras sobre Juan Manuel Guardia, de Algeciras, exsecretario de nuestro Ayuntamiento, quien en una intervención cargada de emotividad, hizo un gran elogio de sus 30 años pasados en Antequera. Juan Manuel es de Algeciras, y no sé si es consciente de lo mucho que suponía aquel tren expreso, “el Algeciras”, que llegaba poderoso y exultante a Bobadilla-Estación, para todos los que nos desplazábamos a Madrid… En más de una ocasión, he podido hablar con entusiasmo de aquel recuerdo con el gran matemático y comunicador Alberto Pérez de Vargas, Hijo Predilecto no sólo de la ciudad de Algeciras, sino también de su calle, que nos acompañó ese día 16 con otro gran amigo, Sergio González Otal, Hijo Adoptivo de Algeciras.