Hoy día de las Misiones, la cruda realidad de la pobreza nos sigue interpelando y Jesús nos invita a encarnarnos en esta realidad que vivimos hoy de luces y sombras. Es la hora de creer en Dios, de fortalecer nuestra fe con coherencia y no con puras apariencias y actitudes farisaicas. Qué fácil es hacernos un cristianismo a la carta sin problemas ni complicaciones y qué difícil es orar como el publicano que se siente pecador.
Por más de 25 años he sido misionero en Perú, he visto el dolor y sufrimiento de los campesinos e indígenas en la selva y a la vez he percibido su hambre y sed de Dios. Y merece la pena ser misionero y ponerse en camino de anunciar el Evangelio como hoy lo están haciendo más doce mil misioneros españoles por todo el mundo.
En la parábola del fariseo y del publicano nos acercamos a una de las parábolas más desconcertantes de Jesús. Un piadoso fariseo y un recaudador de impuestos suben al templo a orar. ¿Cómo reaccionará Dios ante dos personas de vida moral y religiosa tan diferente y opuesta? El fariseo ora de pie, seguro y sin temor alguno. Su conciencia no le acusa de nada. No es hipócrita. Lo que dice es verdad. Cumple fielmente la ley, e incluso la sobrepasa. No se atribuye así mérito alguno, sino que todo lo agradece a Dios: “Oh Dios, te doy gracias”.El publicano, por el contrario, se retira a un rincón. No se siente cómodo en aquel lugar santo. No es su sitio. Ni siquiera se atreve a levantar sus ojos del suelo. Se golpea el pecho y reconoce su pecado. No promete nada. No puede dejar su trabajo de recaudador ni devolver lo que ha robado. No puede cambiar de vida. Solo le queda abandonarse a la misericordia de Dios: “Oh Dios, ten compasión de mi que soy pecador”. Nadie querría estar en su lugar. Dios no puede aprobar su conducta.
De pronto, Jesús concluye su parábola con una afirmación desconcertante: “Yo os digo que este recaudador bajó a su casa justificado, y aquel fariseo no”. A los oyentes se les rompe todos sus esquemas. ¿Cómo puede decir que Dios no reconoce al piadoso y, por el contrario, concede su gracia al pecador? Jesús es tan desconcertante que coloca su fe en la misericordia de Dios. Probablemente los que mejor le pueden entender son quienes no tienen fuerzas para levantarse de sus errores, delitos, vicios, adicciones, vida inmoral…
La conclusión de Jesús es revolucionaria. El publicano no ha podido presentar a Dios ningún merito, pero ha hecho lo más importante: acogerse a su misericordia. Vuelve a casa transformado, bendecido, “justificado” por Dios”. El Fariseo, por el contrario, ha decepcionado a Dios. Sale del templo como entró: sin conocer la mirada compasiva de Dios.
Los cristianos corremos el riesgo de pensar que “no somos como los demás”. La Iglesia es santa y el mundo vive en pecado. ¿Seguiremos alimentando nuestra ilusión de inocencia y la condena a los demás, olvidando la compasión de Dios hacia todos sus hijos e hijas?La invocación del publicano de la parábola narrada por Jesús expresa muy bien cuál puede ser hoy nuestra oración: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Dios, que ha modelado el corazón humano, entiende y escucha esta oración.
Finalmente nos unimos desde “El Sol de Antequera” a la oración y solidaridad de esta campaña misionera del Domund, recordando su lema: “Si Cristo vive en ti, que se te note”. Que se note que desde este semanario todos somos misioneros