Cuesta trabajo creer, que una ciudad como Antequera no disponga de una discoteca dónde recrearse la juventud. A pocos kilómetros, un pueblo que apenas rebasa los cuatro mil habitantes tiene un local de ocio que convoca a la gente de otras poblaciones vecinas. Lleno hasta la bandera como se diría en el argot taurino. En cambio, esta ciudad que pocas les ganan en patrimonio y situación geográfica, adoloce de una oferta de ocio que pueda enganchar y evitar que tengan que desplazarse buscando la diversión.
Es cierto que los espíritus inquietos van con la edad y con las oportunidades que hoy ofrece la vida y, las ganas de volar son inmensas cuando de jóvenes se trata; pero no es menos cierto que desde que cerró sus puertas la mítica Caracho, no ha habido otras opciones de recreo fuera de los bares. En una sociedad que se desvive por buscar el ocio de los mayores, se está asumiendo con bastante naturalidad que el botellón forma parte de la juventud. Seguramente porque no hay otras alternativas que sean baratas y que inviten al desfogue.
Y si los jóvenes no tienen dónde ir a bailar, los mayores hemos de renunciar a asistir a las representanciones de teatro que el grupo local lleva a escena con mucho acierto, trabajan con afán y entusiasmo y, son casi profesionales. Ocurre que no hay un amplio espacio y el “no hay billetes,” es el primer cartel que se cuelga al anuncio de la obra. Verdadera lástima porque ese magnífico trabajo que se lleva a cabo por parte de los actores llega a muy pocos ciudadanos por el tema del aforo. El teatro Torcal guarda silencio. No sabe qué espera para abrir sus puertas y recibir el aplauso del público. Está triste y una tenue iluminación hace volver la mirada de los transeúntes que se preguntan hasta cuándo seguirá así.
Caracho no volverá a tener vida, como otras que le precedieron y han sido engullidas por el olvido, pero dejaron su impronta en varias generaciones que aprendieron a cortejar, bailar y jugar hasta encontrar el amor.