viernes 22 noviembre 2024
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Quinto domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A “La felicidad”

Hoy la gente corre tras la felicidad. Pero ¿qué felicidad? ¿La que trae el dinero, el poder, el consumo? La realidad nos muestra que una vida basada en una felicidad pasajera va camino a una vida vacía y sin sentido. Jesús nos invita a buscar el verdadero sentido de la felicidad.

Mateo había acabado el evangelio del domingo pasado (Mt 5,1-12) declarando bienaventurados a los discípulos («vosotros») que eran perseguidos y calumniados. A ellos también se les dice, en el evangelio de hoy, que son la sal de la tierra y la luz del mundo. Así pues, Dios aprecia a aquellos que son despreciados por causa de Jesús. Pero el don de este reconocimiento divino, única gloria que los creyentes deberían buscar, es también tarea misionera. Ellos son sal invitados a dar sabor y son luz emplazados a iluminar. Ahora bien, dicha tarea misionera no es una cuestión sin importancia. El creyente se juega la salvación en el ejercicio de su misión: si la sal se vuelve sosa, será «arrojada» al suelo y «pisada», verbos que evocan el juicio divino negativo.

Por otro lado, las imágenes de la sal y la luz sugieren que los creyentes deben abrirse a los demás. Ni la sal ni la luz son productivas por sí mismas: la sal condimenta la comida, la luz ilumina las cosas. Del mismo modo, los discípulos no existen para sí, sino para la tierra. Dar sabor e iluminar son expresión de las «buenas obras» de los fieles, por las que los hombres darán gloria al Padre del cielo.

Ante tantas vidas insípidas y sin sabor con las que nos codeamos hemos de preguntarnos: ¿Dónde está la sal de los creyentes? ¿Donde hay creyentes capaces de contagiar su entusiasmo a los demás? ¿No se nos ha vuelto sosa la fe? Necesitamos descubrir que la fe es la que puede hacernos vivir de manera nueva todo: la convivencia y la soledad, la alegría y la tristeza, el trabajo y la fiesta.
También Jesús habla del peligro de que “la sal se vuelva sosa”. Para ser “sal de la tierra lo importante no es el activismo, la agitación, el protagonismo superficial, sino “las buenas obras” que nacen del amor y de la acción del Espíritu en nosotros.
En medio de esta injusta guerra con Ucrania que está matando a mucha gente inocente y de esta corrupción política de la estamos siendo testigos, ni la luz puede brillar ni la sal dar un buen sabor de vida. Preguntémonos: ¿hay alguna sal capaz de preservarnos de tanta corrupción? Todos piden investigación y aplicación rigurosa de la justicia. Se piensa en nuevas medidas sociales y políticas. Pero nos faltan personas capaces de sanear esta sociedad introduciendo en ella honestidad. Hombres y mujeres que no se dejen corromper ni por la ambición del dinero ni por el atractivo del éxito fácil.

“Vosotros sois la sal de la tierra”. Estas palabras dirigidas por Jesús a los que creen en él tienen contenidos muy concretos hoy. Son un llamamiento a mantenernos libres frente a la idolatría del dinero y frente al bienestar material cuando este esclaviza, corrompe y produce marginación. Una llamada a desarrollar la solidaridad responsable frente a tantos intereses. La sal es una invitación a introducir compasión en una sociedad despiadada que parece reprimir cada vez más “la civilización del corazón”.

Finalmente recordemos que ser sal y ser luz es ser auténtico discípulo de Jesús. Nuestra responsabilidad nos lleva a mostrar el evangelio a la sociedad. La luz no es para esconderla. Hay que ponerla en lo más alto de nuestras personas para que alumbre a todos.

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