En un mundo donde no valoramos lo afortunados que somos con despertarnos cada mañana, se nos van casi sin darnos cuenta, personas magníficas. Son las que pasan casi desapercibidas, pero que siempre han estado ahí, incluso cuando saben que su tiempo se acaba y son ellas las que dan ánimo a los demás que se quedan entre nosotros. Hoy compartimos la pérdida de Teresa de Jesús Anaya de la Cámara, quien con 59 años ponía fin a su vida el pasado 7 de junio tras su lucha por una de esas enfermedades a las que se les debería de dedicar más investigación.
Nos viene de nuevo esa explicación del por qué. Quizá allá arriba el Señor tenga mucho trabajo y necesita ampliar su red de ángeles que le ayuden a llevar el día a día celestial. Teresa pertenecía a esas familias dedicadas al campo que tanto han dado a la comarca. La segunda de ocho hermanos, estudió en el Colegio de Nuestra Señora de Loreto. De ahí partió a Málaga para estudiar Arte Dramático, una pasión que llevó siempre, en casa, en el campo, con los amigos y a esos colectivos a los que les enseñó lo que aprendió y lo que sentía. Con su marido formó una familia con la que disfrutó todo el tiempo que tuvo, viviendo en casa lo que había soñado desde pequeña.
Apasionada de la lectura, le entusiasmaban las obras desde las populares de Federico García Lorca a las más actuales de Pérez Reverte. El deporte y la natación en concreto, eran otras de sus aficiones. Hace más de un año cayó enferma y durante su peregrinar, fue ella quien daba ánimos a su esposo, hijos, padres… y amigos porque su fe era eje central de su vida.
Desde aquí nuestro pesar a su marido, Juan María de la Rosa Herrero; a sus hijos: Teresa y Juan Pablo; a sus padres Manuel Anaya y Soledad de la Cámara; y toda la familia. Que su recuerdo esté presente en seguir desarrollando sus virtudes de estar donde se les necesite, sin pedir nada a cambio. Que el Señor la acoja y ofrezca el consuelo a su familia.