En el evangelio de este domingo Jesús nos presenta una de las parábolas más claras y simples. Un padre se acerca a sus dos hijos para pedirles que vayan a trabajar a la viña. El primero le responde con una negativa rotunda: “No quiero”.
Luego lo piensa mejor y va a trabajar. El segundo reacciona con una docilidad ostentosa: “Por supuesto que voy, señor”. Sin embargo, todo se queda en palabras, pues no va a la viña.
El primer hijo de la parábola está representado por los ancianos, los sacerdotes, los escribas, los conocedores de las Escrituras, los exploradores de todas las minucias de la Ley. Sus vidas aparentemente eran un sí. Sus mentes y sus corazones no cambiaron y sus corazones no se transformaron ante el mensaje de Jesús… Jesús fue para ellos una decepción, no era su Mesías.
El segundo hijo representa a los recaudadores de impuestos y prostitutas, gente sencilla y sin pretensiones intelectuales… Sus vidas aparentemente eran un no. Juan Bautista predijo la conversión, la opción del sí a Jesús.
Como ocurre en la parábola muchas veces nuestra primera reacción es decir “no” al Evangelio de Jesús. ¿Por qué? Porque es duro cargar con la cruz, es duro amar a los enemigos, es duro perdonar siempre, es duro orar por los que nos persiguen, es duro hacer siempre el bien…
Me pregunto: ¿Qué clase de mundo nos hace decir no? El mundo de la violencia, de los niños hambrientos, el de la droga… Recordemos que el Evangelio de hoy nos invita a vivir en el sí, en una obediencia no de palabras sino una obediencia en acción.
Si decimos “sí” a Dios amor, debemos decir no al rechazo a los hermanos, a los que no nos caen bien. Si decimos “sí” al perdón ofrecido en la cruz, debemos decir no al deseo de venganza. Si decimos “sí” al Dios de la vida, debemos decir no a todo lo que mata la vida y la verdadera felicidad.
Si decimos “sí” a la invitación que Dios nos hace a trabajar en su Iglesia, debemos decir no a la pereza, a la comodidad ya la haraganería. Si decimos “sí” a todo lo que engendra paz y alegría, debemos decir no a todo lo que destruye la paz y divide a los hombres.
Jesús es el hombre del “sí” dice San Pablo. Sí y no, las dos palabras más poderosas e importantes que podemos decir. Dios dice “sí” a sus hijos, a todos. Nosotros somos invitados en este domingo a decir a Dios nuestro sí de todo corazón y decirlo con nuestra vida. Recordemos que el privilegio del pecador es poder cambiar, decir sí.
El mensaje de la parábola es claro y fuera de toda discusión. Ante Dios, lo importante no es “hablar” sino hacer; lo decisivo no es prometer o confesar, sino cumplir su voluntad.
En la parábola Jesús viene a destacarnos también que los últimos son los primeros.
Recordemos que Jesús conoció una sociedad dividida por barreras de separación y atravesada por complejas discriminaciones. En ella encontramos judíos que pueden entrar al templo y paganos excluidos del culto; personas “puras” con las que se puede tratar y personas “impuras” a las que hay que evitar; “prójimos a los que se debe amar y “no prójimos” a los que se puede abandonar; hombres “piadosos” observantes de la ley y “gentes malditas” que ni conocen ni cumplen lo prescrito; personas “sanas” bendecidas por Dios y ”enfermos” malditos que no tienen acceso al templo; personas justas y hombres y mujeres “pecadores”.
En esta sociedad Jesús tanto ayer como hoy se acerca a los más discriminados y marginados. Sigamos el ejemplo de Jesús y acerquémonos a tantos hombres y mujeres marginados que espera nuestra escucha, cercanía y ayuda.