Ocurrió todo muy rápido. Las bengalas iluminaron el techo y el suelo. Cuerpos bailando, y de repente el quinto infierno se elevó sobre todos los presentes. Gritos, miedo, llantos ahogo, tragedia. Los sueños, la alegría, la fiesta convertidos en ceniza. Cristales que estallaban, plásticos que ardían, humo negro, olor acre. Trece cuerpos calcinados y veinticuatro heridos. “Hacía mucho calor” dicen los que pueden contarlo. Sudaban por los cuatro costados, pero quién no, cuando bailas con ganas, sin saberlo danzaban al son de la música y nunca mejor dicho “sobre braseros ardientes” que cantara Battiato. Mirabas desde el techado, y ni Dante hubiese descrito la tragedia. Visto y no visto.
Labor de forenses. Homicidio imprudente, diligencias abiertas, investigación, responsabilidades penales, datos identificativos, Murcia, ocio nocturno, toxicología, policía científica…Podríamos seguir con un sinfín de denominaciones técnicas que no tenían que haber sucedido si estas discotecas hubieran tenido licencia, esto por un lado, porque por otro está el preguntarnos, si no la tenían ¿cómo es que operaban y estaban abiertas al publico desde hace un año? ¿quién vigilaba que las normas se cumplieran?
El techo se vino encima. Así empezó el otoño en aquellos lares murcianos. El fuego no atiende a ruegos y a desesperanzas, el fuego, las llamas, lamen sin compasión lo que encuentran a su paso, esa es su misión. Piensen en una discoteca o sala de baile a la que hayan ido últimamente y enumeren para si todo el material que puede arder en ese lugar. Hay mucho ¿verdad? Diríamos que todo arde si se le da la oportunidad y se le dio. Los bomberos de la zona no recuerdan, ni en sus peores pesadillas, una tragedia de tamañas proporciones.
Siempre quedará en la mente de todos que se hubiera podido evitar, tenían en su bolsillo una orden de cese de actividad. También se quemó en aquel escenario mefistofélico.