La deslumbrante versatilidad de la lluvia deja rastros patentes de su aparición, anunciando en todos los canales de la vida humana de los deseos de las esperanzas. Bajo cada mañana al café de la esquina, no me tomo nada importante. Un café con leche, sin lactosa y sin azúcar se perciben noticias de lo más refrescantes. Otro día, cuando arriba este espacio con olor a tostadas, todo el personal conoce la trama de la novela al final de la película, el misterio desvelado de la obra. Pero hoy las interrogaciones estaban dibujadas en cada rostro familiar ¿o no? Y como un Hamlet preguntándose, ante las pantallas de móviles ¿lloverá o no lloverá? Me los encontré a todos y a todas. En juego estaba una sequía galopante, unas tierras sedientas, unas vacaciones desértica, unas noticias que nos llega una AEMET confuso.
Unas lágrimas que no afloran porque los lagrimales de los tiempos se han olvidado de llorar. Gotas tímidas que arrastran barro y mojan con desespero los cristales, los coches, las aceras, las calles, las hojas remisas a ser arrastradas, las fachadas de ladrillo o encalada se resisten, cuestas que bajan y suben callejones sin salida. Amplias avenidas, punto todos con los brazos abiertos. “Caerá algo testimonial y luego se secará la fuente”. Pero no, esta vez nos ha pillado desprevenidos, llovía y llovía. Paraguas perdidos en el desván de vete tú a saber.
Otros no se abren porque han desaprendido esta acción tan suya. El día que comienza se oyen latidos de corazón y suspiros que nos agotan. Llueve de verdad, unas risas juveniles pasan de largo en medio de la algarabía confusa del agua. Pronto los charcos se apoderan de las laderas y corren ufanos por las alcantarillas que descubren ahora para que fueron creadas. Aquello es hermoso. El mar se agita con rabia contenida, salpicando con fuerza de marejada, sumándose con determinación a la fiesta del agua, a la nadadora de fondo que surca las olas.