sábado 2 noviembre 2024
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Memento Mori

Octubre se despidió dejando unas lluvias torrenciales que pasarán a la historia por la magnitud de la tragedia que están ocasionando, según lo que se va conociendo al momento de redactar esta columna. La DANA se ha ensañado con las tierras y ciudades del Levante, y mientras las precipitaciones acumulan cifras históricas –también en nuestra ciudad– cabe reflexionar sobre la fugacidad de nuestra existencia y sobre la frágil relación que mantenemos con la naturaleza cuando esta quiere ponernos en nuestro sitio.

Por otra parte, el recién estrenado noviembre siempre es el mes del recuerdo, porque tras el Día de Todos los Santos, celebrado ayer, hoy rememoramos a esos seres queridos, ya difuntos, que dejaron una huella indeleble en nuestro interior. ¿Quién en Antequera no recuerda su niñez acompañando a padres o abuelos en la tradicional visita al cementerio? Es probable que algunos de ellos descansen ya en ese mismo lugar. No hay mes como este para recordarnos que, a veces, es bueno detenerse y reflexionar sobre esa verdad tan incómoda como poderosa: memento mori, una frase latina que nos recuerda que la vida es fugaz y el tiempo limitado: “recuerda que morirás”.

La expresión tiene su origen en una antigua práctica romana en la que un esclavo –o quizás un soldado– acompañaba al general triunfante en su carro de victoria. En medio del fervor y los vítores del pueblo, le susurraba continuamente: “Memento mori”, como un ancla de humildad que le recordaba que, por glorioso que fuese el momento, ni él podía vencer al final que a todos nos espera. Hoy en día, parece que todos hemos acallado esa voz y, peor aún, que nuestros líderes desde sus altos cargos también lo han hecho. Sin importar el nivel o rango, se encierran en una burbuja de permanencia y superioridad que no admite fin, olvidando que la ciudadanía pide honestidad en la gestión de lo público, talento para el entendimiento y un compromiso sincero capaz de  construir el país que tanto deseamos. El caso es que de vez en cuando, como en estos días pasados, llega la fuerza arrolladora de la naturaleza para dejarnos claro que ni las posiciones, ni la riqueza, ni la fama son eternas.

Ya recordaba Heráclito hace más de dos milenios que “el camino que sube y el que baja es uno y el mismo”. Pero ¿cuántos en posiciones de poder recuerdan esta verdad? Hoy, muchos políticos, grandes empresarios y figuras públicas actúan convencidos de que el puesto que ocupan les pertenece por derecho y será siempre suyo. En el teatro del poder, construyen una ilusión de permanencia, rodeados de seguidores y halagos, como si eso inmunizara frente al inexorable descenso que siempre llega.

Las imágenes de los desastres ocurridos en la costa mediterránea y en buena parte de Andalucía, nos recuerdan la extrema vulnerabilidad del ser humano ante fuerzas mayores, y quizás deberíamos aprender algo de esta lección. La vida no se mide en cargos, ni en aplausos, ni en posesiones; se mide en la integridad y en la humildad con que transitamos por este camino que sube y baja, al que todos estamos sujetos. Por suerte siempre está esa condición humana tan conmovedora que pone de manifiesto el trabajo de muchas personas para ayudar a los que atraviesan sus peores días y hasta la ruina. Escribía Lennon que “la vida es aquello que te sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes”.

Así que, en esta segunda jornada de noviembre en la que salvaguardamos añoranzas por los ya ausentes, detengámonos también para pensar y valorar que estamos vivos y queda mucho por hacer. En muchos de mis despertares, me ha enganchado esa canción del Kanka, el músico boquerón que escribió Qué bello es vivir. Escúchenla; puede que pronto se despierten cantándola.

 

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