La realidad humana siempre es imprevisible dado que vivimos en el planeta tierra con sus ritmos a veces predicibles y muchas veces imprevisibles como ocurrió con la llegada del COVID y ha ocurrido en la gran Dana de Valencia. Es de destacar la gran solidaridad que ha surgido desde el pueblo antes de que llegase la visita del gobierno.
Podríamos decir que tiene mucho de evangelio, de amor, y de clamor de Dios la catástrofe de la Dana en Valencia. Esto lo muestra muy bien la canción solidaria “El pueblo salva al pueblo”: Viento y lluvia en el amanecer, Valencia inundada no sabe qué hacer. Las calles se pierden bajo el agua cruel y lo que era vida se vuelve papel. Negocios cerrados, sueños en el mar, hogares barridos, nada que abrazar, rostros sin nombre entre tanta destrucción y voces que buscan su última canción. Solo el pueblo salva al pueblo cuando cuando el mundo no quiere escuchar. Solo el pueblo salva al pueblo cuando nadie más quiere ayudar”.
Frente a un visión de la vida fijada solo en el dinero, el poder, la seguridad, la calidad de vida, el consumo y el bienestar, Jesús en el evangelio de este domingo nos habla de cambios en la naturaleza, de angustia ante catástrofes, de acontecimientos que a pesar de nuestros grandes avances tecnológicos, el hombre no puede dar una solución. Están bien claras las palabras de Jesús en el Evangelio: “El cielo y la tierra pasaran, mis palabras no pasarán”.
Nuestra historia humana desde hace millones de años ha ido acompañada de tiempos de sequía y hambre, de terremotos, inundaciones y de epidemias que han matado hasta un tercio de la humanidad. A esto hay que unir el poco cuidado del medio ambiente y la destrucción de bosques principalmente en la Amazonía que es el pulmón de la tierra.
El mismo Papa Francisco nos en su encíclica «Laudato si’ nos urge a cuidar la naturaleza: «Alabado seas, mi Señor», cantaba san Francisco de Asís. En ese hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos: «Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba»
Ya no es tiempo de quejarse ni de llorar ante el cambio climático en la que todos somos responsables. Aún los países ricos y poderosos del mundo movidos por el dinero no están dispuestos a controlar la emisión de gases que destruyen la naturaleza. Frente a ello tomemos la lección de la generosidad y solidaridad humana que surge de la fe y del alma del hombre.
Y no olvidemos que Dios sigue estando en medio de nosotros dando signos y señales de que la vida terrenal es limitada. Y que el hombre y mujer de fe acepta que habrá un final de la historia marcado según lo que creemos, por la segunda venida del Hijo de Dios. Que el Señor vendrá es una realidad y también que esa realidad tiene un motivación salvífica, es para elegir a los elegidos que, en la intención divina, somos todos los seres humanos, si bien, la respuesta personal es indispensable.
Finalmente recordemos que Jesús en el evangelio de este domingo nos invita a no desanimarnos ante lo que puede parecer áspero, difícil y hasta insufrible, pues todo eso es transitorio, ya que el don de la salvación ciertamente llegará. Es la hora del ánimo y de permanecer firmes en medio de la tribulación.