Las procesiones surgieron como necesidad de las devociones en los templos, de compartir la fe que se profesaban a una imagen y hacer catequesis en la calle. En la noche del viernes 10 de octubre, la familia Montenegro-Lozano sacó a relucir lo que se vive en las familias, lo que significa en sus casos, el Señor y la Virgen del Mayor Dolor de Antequera. Unieron la devoción de los templos con las procesiones en las calles, gracias a la fe en las imágenes.
Esas miradas, esas manos, esa fe que recibieron como legado de sus padres, que hoy mantienen ellos y que se la ofrecen a sus hijos y nietos. Las personas pasarán, pero el Señor y la Virgen seguirán presentes y evocarán las devociones de las familias como la que ellos profesan. Y con ellos el recuerdo de ese abuelo, de esa abuela, que lo saben todo por su Cristo y su Virgen.
La querida familia hizo una oración, sencilla, entrañable, de amor, fe y esperanza, regalando un himno de amor a estas imágenes extraordinarias, que no necesitan más procesión que la que día a día profesan sus devotos al templo mayor de la ciudad: San Sebastián.
La oración es la chispa que enciende la fe y quienes estuvieron en San Sebastián saben lo que decimos. Quienes no pudieron estar, ofrecemos el vídeo íntegro para su reflexión. Lo que se vivió en San Sebastián tendrá eco en el futuro, camino del centenario de la cofradía.
Vamos por partes. La Virgen, bajo palio, en el presbiterio, acompañada por su Hijo, a los pies del Altar Mayor. La segunda teniente hermana mayor, Trinidad Calvo, condujo el acto, dando la palabra a José Antonio, Remedios, Ángel y Samuel.
Cada uno fue levantándose y rezando desde el ambón que se había preparado a la vera del Señor del Mayor Dolor y frente al palio de la Madre. Ángela, la hija, la madre y nieta, empezó con: «En un taller artesano, hace siglos que ocurriera, un imaginero almeriense
con alma de antequerano le dio forma a la madera. Él soñó con unos ojos reflejos de un alma en pena; soñó también con sus manos que, aunque ella así quisiera, no podrían abrazar al Hijo que desfallece y por nosotros se entrega».
Un arranque que llegó a cada persona presente y que fue el eje histórico de lo que estaría por venir: «Di, señor de Carvajal, ¿cómo fue ponerle nombre? ¿Cómo fue insuflarle vida
a la Madre de los hombres? Tú, que la bajaste del Cielo, que la trajiste a Antequera con cada caricia de gubia que dabas a la madera… No soy yo un imaginero, ni corre arte por mis venas, pero hoy, Madre querida, ruego que me concedas poder pronunciar tu nombre
y cantarte con mi voz, y ofrecerte mi pobreza…».
Remedios, la hija, la esposa, la madre, la abuela, compartió la esencia de la devoción de su familia: «Desde pequeña, en casa, ya se hablaba de Ti, y te veía en fotografías; en realidad, os veía a los dos: a la Madre y a su Hijo; y de este modo creamos esta amistad en la que te rezaba, te pedía y agradecía en el día a día. Mi padre me llevó de sus manos hasta las tuyas; y desde entonces… ¡Cuántos Miércoles Santos cargados de historias, vivencias y anécdotas hemos vivido! Muchos ya desde esos inicios; y todos entretejidos de Fe y Esperanza en vosotros. El tiempo ha pasado, pero me conoces, Madre… No puedo estar muchos días sin venir a verte, a veros… ¡Tengo tanto que agradecer y contarte! Llegué hasta Ti de la mano de mis padres, y he intentado hacer lo mismo con mi marido, mis hijos; y ahora, son mis nietos los que vienen de mi mano para sentarnos contigo, y cruzarnos la mirada y alguna que otra confidencia…».
La emoción y el silencio vino con José Antonio, el yerno, el esposo, el padre, el abuelo, la buena gente… «María, soy yo, José Antonio. Yo, el que muchas veces está detrás de una
cámara, al que le gusta compartir tu imagen y hablarte así, sin palabras, tengo el inmenso honor de estar hoy aquí a tus plantas. Sabes que, cuando tenía 17 años, la Providencia me unió a una familia en la que aprendí a mirarte de otra forma; al igual que aprendí a mirar de otra forma a una joven que, con el tiempo se convirtió en mi esposa, madre de mis hijos y abuela de mis nietos. Tanto ella, con su enorme fe y amor hacia Ti, como dos ejemplos de mujer que fueron mi suegra, Mari Carmen y la madre de esta, Gertrudis, tuvieron un papel muy importante en esa relación que nos une desde entonces».
Quienes saben lo que es el peso de un cruz, se emocionaron y se identificaron cuando compartió: «Hoy, gracias a este enorme regalo de hablarte aquí y ahora que se me ha
concedido, te quiero pedir que no me sueltes de entre tus manos. Yo, que he tenido el inmenso honor de llevar las tuyas, María, quiero sentirme igual de protegido entre ellas.
Tengo plena confianza en Ti, porque en mis momentos más difíciles yo sabía que mis manos jamás se encontraban solas, porque Tú no me las soltabas. Al igual que ese pequeño angelito que te acompaña a tus pies y se resguarda con tu manto, quiero sentirme yo, Madre. Para que, en los momentos difíciles y complicados de la vida, la fuerza que tuviste en tu paso por la tierra sea nuestro aliento y nuestra guía». Entre cada intervención, los nietos se fueron acercando para dejar dos rosas, una vela, un cuadro, una medalla y al final, un ramo de flores.
Turno pasa Samuel, el hijo, el nieto, el hermano, el hermanaco… «Es cada Miércoles Santo cuando mi madre, con la misma delicadeza de su madre, me coloca con cariño su broche en la túnica, guardado como un tesoro; en ese instante mi corazón se llena de recuerdos. En ese gesto sencillo mi abuela revive; y yo, mientras esto sucede, te doy gracias por su vida y por la vida que aun late a través de mi madre, con la misma fe, con la misma entrega y el mismo amor. Gracias, Madre del Mayor Dolor, porque a través de mi abuela Mari Carmen has tejido un lazo que ni el tiempo ni la distancia han podido romper. Desde niño sentí tu presencia en su mirada cada vez que, desde su balcón, nos encontrábamos contigo el Miércoles Santo. Hoy, gracias a ella, estoy ante ti». Qué momento al apretar y acercar a su corazón la medalla de su abuela.
Y cerró la hija, la nieta, la hermana, la madre, la maestra Ángela. «Madre, creo que ahora es mi turno pero, si te hablo con sinceridad, no sé qué más puedo contarte. Como madre que soy, me he visto reflejada en la plegaria de mi propia madre hacia Ti, deseando tener, aunque solo fuese un ápice de las virtudes que te convierten en la Madre de la humanidad».
«Con mi padre te he implorado paz en el desasosiego, cobijo bajo tu manto entre las tormentas, y fuerza para las familias, para que siempre te busquemos; porque, aunque nos olvidásemos de Ti, Tú jamás te podrías olvidar de nosotros. Escuchando a mi hermano, he hecho también míos sus recuerdos, volviendo a poder tocar, en mi memoria, el rostro hermosamente bondadoso de mi abuela; volviendo a experimentar que recordar es “traer al corazón” imágenes, sonidos, olores que creíamos olvidados desde los rincones de nuestra memoria para darles vida de nuevo».
Y en la víspera que muchas personas aguardan escuchar el «Novio de la muerte», va Ángel y comparte con todos: «Ésta es mi alabanza, Madre, y esta mi ofrenda. Recibe la pobreza de una voz y una guitarra que siempre han sonado y sonarán gracias al latido de vuestro Amor. Déjame decirte, María, con esta canción que Carlos y yo hemos compuesto especialmente para ti».
Y cogió su guitarra y le cantó a la Virgen del Mayor Dolor ante su Hijo… «Déjame ser como el ángel que en tu manto se refugia porque si estoy en tus manos el dolor ya no me angustia. Quiero que seas el consuelo en mis noches de tormenta para que sacies mi alma
Que de amor está sedienta. Madre del Mayor Dolor, Virgen Sagrada María, alma, vida y corazón yo te ofrezco cada día. Madre del Mayor Amor, que con dulzura entregaste
al Hijo de tus entrañas porque en Dios siempre confiaste».
Si ya había tocado los corazones de los presentes, regaló una canción que es el himno de tantas familias que no saben cómo agradecer lo que estas imágenes de Andrés de Carvajal suponen para sus devotos: «Quiero que tomes mis manos y las agarres con fuerza. Quiero perderme en tus ojos que tanto de ti me cuentan. Y así enjugarte las lágrimas que recorren tus mejillas para calmar tus dolores con el amor de una hija. Tú eres la Madre divina de Jesucristo encarnado, Inmaculada bendita en quien Dios ha confiado. Mírame, Madre, por siempre no desheches mi plegaria».
Y en el silencio de esparto, ruán y oración en la noche dentro de San Sebastián, el público aplaude ante tanta emoción de los presentes. Y entre todos, el cuadro de la Beata y la noche terminaba con un suspiro imaginado: «Bendito sea el Señor del Mayor Dolor que tanto nos quiere». Hoy habrá Legión, momentos únicos, procesión extraordinaria, pero complicado será rezarle con la palabra y el sentimiento como lo hicieron los Montenegro-Lozano. El penitente anónimo pasará cerca nuestra para seguir pasando las cuentas del rosario de las oraciones de cada día.