Desesperada la tarde consumía lentamente un tiempo marcado en su reloj, donde esa inquietud manifiesta termina con toda esperanza. Ese reloj sin tiempo, sin horas, vacío de total sentimiento, es si fuese como ese golpe del martillo en el yunque de una fragua candente, la cual solo precisa los golpes que moldean el hierro. Sin más cae casi de improviso las últimas luces y todo se oscurece, tan solo queda el recuerdo de los últimos latidos que su luz nos deja. Aquellas puestas de sol que caprichosamente se dibujan en los cielos con su belleza multicolor, dejan paso a una obscuridad que silencia hasta las sombras del tiempo. Sin más todo está obscuro, todo aparece en negro, llega la noche vestida de negro, negro su vestido, negros zapatos, negro velo y el sombrero negro, negro su ramos de flores negras que despiertan asustando los sueños.
Se marchó la luz de nuestros ojos, quedando su atardecer en nuestro recuerdo por una huida irremisiblemente, quedado en negro, incluso nuestra propia sombra enmudecer, desaparece, se aferra a nuestro cuerpo cargada de miedos. Comienza ese largo camino y tortuoso, quizá, donde los tropiezos de nuestros sentidos divagando entre lo justo y lo injusto, entre lo ajeno y lo nuestro, es un caminar lento cargado de misterio sin luz que alivie nuestros pensamientos, nuestras almas, nuestros cuerpos. El negro de la noche es frío, es serio feo y seco, es desagradable, sin color, sin vida, es como la nada y si la nada es nada, que camino debo escoger para no perderme en ese inmenso lago, sin vida, quieto, cerrado, perdido entre aires sin viento.
La negra noche se hace dueña de nuestros pensamientos, intenta llevarnos por los caminos más oscuros si cabe, donde los desnuda sin ningún miramiento. Repasa minuciosamente con su escarpado diseccionando cada recuerdo, nos los pone de frente en ese espejo cuya imagen refleja esas vivencias perdidas, quizás olvidadas en esa bolsa común donde guardamos sus latidos. De repente sacudidas nuestra cabeza intentando espantar ese lúgubre espacio de nuestro ser donde todo queda desnudo, el alma, el corazón, la mente y el cuerpo. Nos deja aparcado en un rincón, solitario vacío, cargado de miedos. Es momento donde el escritor escribe libros y el poeta escribe versos, donde se plasman sentimientos o castigos que nos manda el universo, viajando sin sentido por caminos perdidos, que tan sólo es posible que nos conduzcan al sueño, el mismo que nos deja sin respiró dentro de ese desierto donde todo lo cubre la Negrita, todo es negro.
Paseo despacio por esa avenida, rivera de letreros llenos, unos son cercanos, y otros quizá más lejos, cuyos nombres están impresos de renglones de lágrimas, de besos cargados de recuerdos, de flores secas con sus hojas viejas, esas mismas que se llevará el viento. Somos materia que descompone el tiempo, en la soledad de esa noche oscura, donde se acuna los míseros recuerdos, donde los cipreses dan sombra eterna, al rezo, al pensamiento. No percibimos que la verdad, nuestra verdad, despacio, muy despacio, de repente nos conduce a ese mundo tan incierto donde la noche es eterna, ka que nos pone punto y final a todo aquello que fue y hoy desapareció justo en un momento por los desiertos caminos perdidos de nuestros sueños.
Debemos reflexionar sobre lo vivido y no vivido, pararnos un poco, quizá en seco y ver a donde nos conduce este vivir, tratando de encontrar lo que queremos. Mirar hacia nuestro interior y reflexionar sobre dónde está nuestra caridad, nuestra humildad, nuestro perdón y nuestro respeto y como no a la vida que el universo nos concedió. No todo es multicolor en esa puesta de sol tan bella, para luego perdernos en el inmenso anonimato de esa noche tan negra y eterna.





