martes 18 noviembre 2025
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Manuel Vergara nos adentra en el poder ilimitado de la poesía

¿Cómo atrapar el tiempo, el espacio, la poesía en un libro? ¿Cómo hacer entender que se habitan un lugar ilimitado en el tiempo y unido a la mirada trinitaria de la poesía? Manuel Vergara Carvajal nos sitúa en este punto gracias a su nueva obra “Penúltima amarra”.

El miércoles 5 de noviembre se presentó en la Real Academia ofreciendo en ella un momento para la reflexión a través de sus explicaciones unidas intrínsecamente, con su obra.

“Penúltima amarra” no se explica, no se lee, sino que se vive, se reflexiona y hace verbo que encarna pensamientos, filosofía de vida y de la naturaleza, esa que lleva al mismo Vergara Carvajal, a iniciar este libro. Porque se basa en esa experiencia que nace de conocer las leyes de la cristalografía.

Hace ya unos años –no pongamos tiempo al tiempo–, el joven Manuel Vergara asomado al humo que masticaba su profesor Pedro Aguayo, conoció las bases de cómo se forma el cristal en la naturaleza: tiempo, espacio y reposo. Como cristalizado en el tiempo, nunca mejor expresado, quedó ese pensamiento en él, que ahora forma esta obra que permite profundizar en conceptos más amplios.

Y es que la forma, los átomos se van componiendo y aquellos que se dedican a la física “no se admiran, al no admirarse no pasan a la filosofía, se quedan en los datos” nos señala en nuestra conversación, que no entrevista, cargada de filosofía que mantenemos entorno a sus páginas.

Se admira, y afirmamos, de tal manera que es imposible no traer a estas líneas parte de ese tiempo que conjuga partiendo de Pedro Espinosa y su “Hijo, antes que te pongas en camino/ escucha”. Y continúa él:

“… Y ve diciéndole al mar,
a la distancia y al aire, los senderos.

Ve llamando montaña a la montaña; purifica
tu boca para decir el aire y, en el tiempo,
la bendición, el canto, como… como

si el alma fuera un agua laminada en la mar.
Bebe los tiempos de la respiración, llámale tierra
a la tierra: te devuelve
tu voz”.

El tiempo marca sus primeras páginas y en ellas nos acerca a sus pensamientos y nos expresa que escribe en estas primeras páginas de como este concepto ha sido “falseado por la historiografía que se lo ha tragado” y ha terminado por ponerle “un cero en eternidad porque no hay más tiempo que el tiempo histórico, supuestamente. El tiempo en sí, con independencia de la historia, continuaría siendo algo, ya que el tiempo es independiente del progreso”. Y nos confiesa que le gusta el tiempo, pero “sin nada de soporte que lo sostenga, el tiempo se convierte en una trampa” y nos lo ejemplifica en la soledad que “es el tiempo oceánico, el tiempo que te atrapa y no hay más que vacío”.

El espacio como el lugar en el que se crea

El segundo punto de la cristalización es el espacio, que Vergara Carvajal sitúa como el lugar en el que se crea como espacio artístico.

Y hace un inciso en su explicación, porque hay cosas “que dan espacio, que hacen donación de espacio, reparten geometría” esa es, la “creación de espacio” artística. Aquí nos regresa la mirada a ese Pedro Espinosa de Patricio Toro, que en la Plaza de los Escribanos reparte y comparte el lugar o la misma Victoria de Samotracia en el Louvre o Los peines del viento de la ciudad de San Sebastián. Todos ellos habitan el espacio, ensamblan el lugar, algo que no ocurre, con “los escombros de Gaza que son el antiespacio”.

La poesía

Y tras el tiempo y su espacio, llega su reposo, el reposo poético que aporta la parte más filosófica e ilimitada.

Aquí esta parada nos lleva a la poesía y a una concepción trinitaria de la misma que el autor expresa en sus últimas páginas como el punto final como un vivir “ilimitado” donde se une la mirada trasversal a la poesía basándose en la mirada de Rilke.

Hay que ir “más allá de todo, derribar las barreras” confiesa guiado por la poesía, la palabra, el verbo, de aquello que se crea entre amos como algo que nos trasciende, por eso esa mirada trinitaria en la que no podemos ubicar a Dios “en la singularidad de cosa”.
Por ello concluye con sus reflexiones basados en la creación: “La poesía se debería entender no como una relación de sujeto-objeto en con mirada vectorial que apunta al objeto, la poesía debería ser pensada como que la palabra y el oído se hablan entre ellos, como el Espíritu, el Padre y el Hijo se hablan; la voz le habla al oído, en ese eje trasversal boca-oído, sitúa Rilke la poesía, es una mirada trinitaria” de la poesía, lo otro “es una mirada industrial”.

Y sumidos en esa marea de verbo y oído que se sumergen en la creación artística donde no hay tiempo limitado y el espacio se habita, nos despedimos de Manuel Vergara, pero lo hacemos absolviendo sus palabras:

“Le voy diciéndole al mar:
hoy tengo espacio donde holgar con mi verbo;
ancha es Castilla y la Santa Madre Rusia:
Se parece al vacío de la nada inicial(vasta la noche, vasta la claridad).

¡Oh volanderas criaturas!
tanto mundo,
cuánta materia a besos;
casi, casi, llorar de tanta gracia”.

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