lunes 22 diciembre 2025
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Las cinco décadas

Han pasado 52 años. Es el tiempo que ha transcurrido desde que aquel grupo de adolescentes cruzamos por última vez las puertas del colegio La Salle en Antequera, culminando un periplo educativo que remataba el bachillerato elemental. Aquella enseñanza regulada por la Ley 16/1967, pretendía unificar la enseñanza media, justo antes de que los chavales de la EGB –que ya nos seguían de cerca– llegaran con la inminente legislación de Villar Palasí de 1970, pletórica de pros y contras presupuestarias en los últimos años del franquismo.

Éramos jóvenes de miradas limpias sobre un mundo sin pantallas, más allá de la única que había en casa. Pronto vestiríamos estrechos pantalones acampanados, sumando el empeño de dejarnos el pelo largo. El televisor era el auténtico nexo social, reuniendo a la familia alrededor de la mesa. Programas como Colombo, Kojak, Kung Fu, los Gaby Fofó y Miliki, el Un, dos, tres o el Informe Semanal eran el pegamento inmutable del hogar.

Son apenas 52 años, y hace unos días los hemos vuelto a rememorar organizando un almuerzo en La Martina junto al que fuera nuestro profesor más querido: José Antonio Warletta. Este chiclanero cargado de una pedagogía profunda supo despertarnos valores como el amor a la naturaleza, la actitud de aprendizaje continuo y la serenidad ante los retos de la vida. A sus 80 años, Warletta, nos ha dado una nueva lección sobre cómo conducirse bien en ella; se conserva con una lucidez y una fuerza enormes, fruto de una vida dedicada a la docencia y al movimiento scout por todo el mundo. Fue un pionero disruptor en su época, no cabe duda y la ciudad lo notó.

El reencuentro fue profundamente emocional: abrazos que condensaron medio siglo de trayectorias dispares —empresarios, médicos, docentes o policías—, muchos de ellos ya disfrutando la jubilación como es mi caso. Anécdotas olvidadas y el recuerdo sentido hacia compañeros que ya no están, sellando con carácter irrompible unos lazos inmateriales, aunque con una agenda de contactos actualizada gracias al propio acto.

Es curioso cómo, paralelamente, mientras nosotros acabábamos aquel bachillerato elemental, Antonio Damásio se graduaba en Medicina en Lisboa, iniciando la carrera que lo consagraría como uno de los neurocientíficos más eminentes, premio Príncipe de Asturias en 2005. Hoy, a sus 81 años, Damasio, también veterano aprendiz incansable como el hermano Warletta, alerta contra el vértigo de nuestra sociedad hiperconectada: “No somos máquinas pensantes que sienten, sino máquinas sentimentales que piensan”.

El científico es contundente al advertir sobre la desconexión que produce la tecnología: “Los móviles consumen nuestra atención, nos roban la mirada al otro y matan la curiosidad, que es semilla de felicidad”. Y subraya que la IA provoca una atrofia cognitiva al externalizar el pensamiento, robando la disciplina que forja la verdadera sabiduría. Lo que está cada día más claro a tenor de lo que vemos en los medios de comunicación es que la regulación del uso del móvil en menores y en escuelas es un tema de debate global que está llevando a legislaciones cada vez más restrictivas en muchos países.

Por nuestra parte, en cuanto nos sentamos en la mesa, el tiempo se disolvió. Una quincena de amigos con muchas historias ya a cuestas. Un reencuentro que se repetirá porque lo que se siente se construye. Es curioso, pero la vida es, al final, biología y emoción en forma de afecto, conexión y tiempo compartido. La verdadera enseñanza es que tenemos que medirla por la profundidad de los lazos, no por la velocidad del scroll. 52 años, más de medio siglo. ¡Cómo pasa el tiempo!

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