viernes 22 noviembre 2024
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Munilla (III)

Imposible imaginar a Cristo diciendo «Judíos y Judías» en el tono empachoso con que Ibarreche decía «las vascas y los vascos». Este tonteo le sacaba de quicio, y cuando chuleaban diciendo «somos hijos de Abrahám», respondía: «si Dios quisiera saldrían hijos de Abrahám de debajo de las piedras». No se cortaba un pelo ante el chovinismo nacional-religioso gestionado por una casta de letrados y sacerdotes a los que dijo de todo menos bonitos.

Cristo cargó con su identidad político-religiosa judía con el orgullo justo y sin narcisismo (era su cruz). Y el acto fundacional del cristianismo fue lo más cosmopolita: había allí Partos, Medos y Elamitas, gente de Mesopotamia, de Grecia, de Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto, de Libia, de Roma, y también Cretenses y Árabes (Hechos, 2). Este es uno de los textos más emocionados de la Biblia y transmite la alegre libertad de trascender localismos y su infame aberración: ¡hacer de lo local un dios! Tan exaltados estaban que alguien, al pasar, comentó: «esos están borrachos».

 

Estos de ETA también están borrachos; pero de lo contrario: de odio ensimismado capaz de colocar mil quilos de explosivos al pié del árbol para que gente como el P. Arzallus recoja nueces. ¡Y pensar que esta miseria moral se alimentó en las sacristías! ¿Cómo pudo la izquierda (internacionalista, ilustrada… ¡y sin la coartada de Franco!) alinearse con este sentimentalismo tribal? Y ¿cómo se le puede reprochar a un obispo no ser abertzale cuando lo cristiano es, en su esencia misma, lo sin-fronteras?

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