viernes 22 noviembre 2024
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¡Qué diferencia!

Me entero por la prensa, Plenos Municipales, calle, lenguas controladas y viperinas, que el Ayuntamiento ha invertido unos ocho milloncillos de los de antes en un coche para los desplazamientos del nuestro alcalde, ya que el vehículo anterior no era todo lo seguro que se espera para una autoridad política. Y, teniendo en cuenta la falta de buenos políticos y gestores que se observa en el panorama nacional, quizá un buen coche haga un buen político, aunque a tenor de la cantidad de coches oficiales que circulan por nuestra geografía y los escasos resultados que ofrecen sus usuarios, lo pongo en duda.

Servidora de ustedes, en los años sesenta, habiendo coche en casa, recuerda con horror, película de suspense, un mucho de la España profunda y seca y bastante comedia, los viajes que mi padre organizaba con toda la trupe para ver cualquier ciudad, de las de ida y vuelta en el día, y ausencia de confort.

 

La ida a Málaga, bastante frecuente, en un Land Rover Santana, con unos asientos de esos que enderezan los huesos en un rato por la rigidez, lo llenaba la familia al completo, padres, cinco hermanos y las dos niñeras. Sobre nuestras rodillas la sorpresa, una maleta de cuero rubio que pesaba como el plomo llena de ropa para los seguros cambios que las curvas de los montes ocasionaban en los estómagos infantiles. El cinturón de seguridad era el apretujamiento de unos con los otros. Pero la bajada por la Cuesta de la Reina y ver el mar era el estímulo y la felicidad tan grande, que merecía todos los avatares del desplazamiento. ¡Qué felices nos hacía el mar! Ahora sólo nos hace felices demostrar que somos algo más que los demás, pero no por lo que llevamos dentro, sino por rodearnos de lujo y objetos que despierten envidia y curiosidad.

 

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