Me da mala espina algunas encuestas. Sobretodo aquellas que amparándose en una intención de voto, son subterfugio de la realidad, mejor dicho, de las mentes que la componen. No cabe duda que, con demasiada frecuencia, el CIS nos adelanta lecciones hipotéticas que van más allá de dar a conocer cómo ideológicamente nos movemos, si es que queda alguna ideología. El cúmulo de despropósitos y falta de gobernabilidad sumado a una oposición más bien tranquila, esperando a que madure la fruta y caiga del árbol, crea un ambiente más que propicio para mover criterios y convencimientos poco fortalecidos al son de unas cifras que pueden resultar alarmantes si llegan a producirse. Todos, incluido el partido del gobierno; le dan la ventaja al partido opositor, esto en sí no tiene mayor transcendencia. Pero el que se hable de ello habitualmente, sea tema de prensa y telediarios, tiene mucho que ver con el factor psicológico que incide de manera clara y contundente a la hora de votar.
La alarma económica que nos tiene alertados a todas horas, no es motivo suficiente para no desear seguir en la cresta de la ola. Se necesita continuar del modo que sea. Demasiadas influencias, puestos de trabajo, modificaciones de leyes, temas partidistas que provocan admiración en unos y rechazo en otros, y por encima de todo, dinero. Sentirse dueños de lo que les pertenece y lo que no, se entrampan pensando que el cargo es vitalicio, y de ahí, que se produzca ese afán casi enfermizo por ocupar un puesto político, por no perderlo, intentar devaluar al contrincante se ha convertido en una práctica tan habitual, que hasta parece que forma parte del juego, de ése que nos hacen los políticos a los ciudadanos para llevarse nuestro voto y emplearlo como mejor les place sin pensar en nosotros. Los ciudadanos tenemos una ventaja y es que sabemos muy bien cuánto nos necesitan.