¡La calle es de todos! ¡No me gustan las prohibiciones! Estas son frases que a menudo escucho entre los ciudadanos de cualquier población…. Sirva mismamente Antequera, población donde convivimos un número creciente de personas.
¿Qué sentido tienen los dos trocitos de carril Bici que se han construido recientemente en nuestra ciudad?. Esto me lo han preguntado en más de una ocasión. Mi respuesta es siempre la misma: al menos han servido para que en Antequera se hable algo… se conozca algo, acerca de la existencia de vías urbanas dedicadas a la circulación de las bicis. El resto está aún por «pedalear».
En el Valle del Tigris (Iraq), en el asentamiento halafiense de Arpasiyya se han encontrado vestigios de suelo empedrado que podríamos catalogar como una calle adoquinada, otra muestra parecida cruza el asentamiento neolítico de Khirokitia en Chipre. Ambos han sido datados del sexto milenio a.C.
El emperador Nerón tras el incendio de Roma en el año 64, ordenó que las casas destruidas fuesen reedificadas configurando un nuevo aspecto de calles rectilíneas más anchas y limitando la altura de las casas, dotándolas de porches en los frentes.
Por el contrario la visión del plano de una ciudad musulmana nos refleja casi siempre una red de calles estrechas que en multitud de poblaciones han trascendido hasta nuestros días.
La movilidad basada en el uso de los automóviles particulares, propia del urbanismo del recién finiquitado siglo XX ha constituido la ideología dominante convirtiendo las calles estrechas de los barrios históricos en aparcamientos, dificultando y casi anulando cualquier otro uso de la vía pública incluyendo el peatonal, cercenando con ello los desplazamientos andando hacia el trabajo, la escuela o cualquier otro tipo de paseo lúdico entre familias y o amigos que a la postre deberían constituir la gran actividad cultural por excelencia de cualquier ciudad que se precie.
Un par de meses atrás concluida la última reforma en calle Santísima Trinidad oía en radio local la protesta de algunos vecinos por la imposibilidad de aparcar de nuevo en «su calle» porque el acerado lo habían ampliado de tal manera que al pintar la aborrecida línea amarilla no les permitían de nuevo aparcar sus automóviles.
La anchura mínima unitaria indispensable para un desplazamiento peatonal sin dificultades en fila uniforme con inclusión de cochecito para bebés, carro de compra o persona en silla de ruedas ha de ser de un mínimo de 150 centímetros.
Los criterios elementales consignados para establecer estas medidas en acerados públicos son olvidados frecuentemente por nuestras autoridades que deberían velar por su estricto cumplimiento, puesto que las calles…. ¡Son de todos!
Por tanto no olvidemos que cada vez que aparcamos nuestro vehículo en vía pública, a veces por un tiempo indefinido, nos estamos apropiando de un trozo de vía pública. Convirtiéndola de esta guisa en parking propio, impidiendo con nuestro acto el normal uso de esa calle o acerado que el resto de ciudadanos tiene derecho a encontrarse disponible para su habitual uso y desplazamiento.
De esto ser así… que lo es, yo me pido para este verano un trozo de «mi calle» para instalar allí un container con su correspondiente «llave o cierre centralizado» y poder guardar, fuera de casa, cómodamente mis bicis, o mis perros, o mis gatos, o mis muebles viejos… el cubo de la basura, la bombona de repuesto, los útiles de la limpieza que en la terraza ya no me queda siiitioooooo… o sencilla y llanamente mi automóvil.
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