Lleva unos días surgiendo una especie de rumor, una especie de secreto que nadie desvela, que justificaría la injustificable acción de los controladores de vuelo «que se ponen malos», todos a una, porque parece ser que se «certificó (¿?) su dolencia». El caso es que paralizaron los aeropuertos españoles, justo el día en que comenzaba el «puente de la Constitución» que, para los españoles que no sufren las crisis (que por lo visto, haberlos, los hay) o para personas que se desplazaban a sus países de origen, fueron escogidas como fechas apropiadas para ello. Pero la cosa no quedó sólo en España, sino que muchos aeropuertos extranjeros que iban a traer turistas o estudiantes, o trabajadores –todos los casos lamentables, pero los turistas venían a dar trabajo a un sector tan básico como el del Turismo, con repercusiones, si cabe, más graves–, se quedaron con los aviones a punto de despegue, pero sin terminar de hacerlo, al saber que no podrían aterrizar.
Los daños de «la enfermedad», espectacularmente horribles: millones de euros, molestias a usuarios que no sabían nada porque nadie les decía nada, durmiendo en el suelo y alimentándose de agua y poco más, inquietud en las familias que esperaban y, lo que consideramos daño a largo plazo, una propaganda espantosa para el turista que tenga pensado venir a España más adelante y se plantee si en las fechas escogidas para venir o para volver, no habrá otra «epidemia». Y, por si hay que añadir algo, la «fama» que habrá cogido nuestro Gobierno al no tener ni idea de lo que se iba a producir, con tiempo suficiente para algo menos dudoso que militarizar a los controladores, o enviar controladores militares que confesaron, en muchos casos, «no tener ni idea» de los controles civiles, algo que no acabamos de explicarnos, pues siendo aviones, fijarles un «camino» y marcarles un «aparcamiento» debe ser igual para aviones comerciales que para los militares. Y la guinda la pone un controlador que viene a decir algo así como que «milagro será que no haya algún accidente irreparable», con lo que las ganas de tomar el vuelo se acrecentaban que daba gloria. Y las de venir a España, cuando la cosa se fue aliviando, lo mismo.
Ha habido quien, en defensa –defensa imposible, porque se puede hacer todo menos dejar en tierra a tanta víctima inocente (los inocentes son siempre las mayores víctimas)– se le ocurre decir que para entrar a los Estados Unidos hay que pasar horas de inspección y comprobación. Comparación estúpida, porque los Estados Unidos, lo advierten antes de tomar el avión; lo difunden las compañías expendedoras de los billetes de vuelo y no son «huelgas» sino medidas de prevención de atentados, como el que sufrieron hace años.
En fin; que hemos batido un récord y que, por mucho que ahora quieran justificarlo, pagar con los viajeros, turistas y familias, no tiene justificación alguna y que o se aclara todo o debe haber un castigo ejemplar para evitar que se repitan hechos vergonzosos como éstos.
