sábado 21 septiembre 2024
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Las prisas no son buenas

Conseguida una vez más, escalada de nuevo la cúspide del postrero día de San Silvestre, me viene a la memoria esta manida frase. El último día de diciembre es de los que cuentan con menos horas de luz solar del año, las nocturnas las superan con creces.

El refranero popular tan rico y versado tiene una muy acertada frase para definir los cortos días de invierno: «Las jornadas por San Andrés ni a tu padre se las des». Y son tan largas las invernales noches, que en el transcurso de una de ellas, una en la que más concienzudamente se preparan las actividades a las que nos dedicaremos con ahínco y complacencia, durante el transcurso de ella, habremos de ingerir, como es uso y costumbre, al menos hasta doce uvas.

Son los primeros momentos del año y ya comenzamos a cronometrarnos. ¡A golpe de campanadas hay que comerse la docenita de uvas! La composición de las uvas, esto es: abundante zumo, parte carnosa y parte sólida en sus pepitas, hacen de ellas un alimento complejo al ingerirlo.

Cuántas uvas han terminado generándole un serio problema a la epiglotis. Esta cartilaginosa parte de nuestro cuerpo, encargada de impedir que los alimentos entren en la tráquea, provocándonos cuando menos un fuerte ataque de tos, en un momento en que no pensamos en la correcta deglución, sino que permanecemos más atentos al oído que a la propia acción de alimentarnos, la epiglotis les digo se puede ver sorprendida por la rápida disyunción del zumo de uva de su parte carnosa, a esto si le sumamos la ineludible aparición en nuestro paladar de la parte menos deseada de la uva como lo es en esos momentos la pepita, al ser éste un material molesto para la veloz trituración a la que sometemos la mensual uva, trabajo del cual se encargan los inocentes molares, esto puede provocar en el individuo, un irreflexivo y brioso acto de expulsión o evacuación de la inoportuna semillita. Acto que puede pasar desapercibido… o ser captado por otro individuo presente y que encontrándose en la misma situación, pero habiéndo optado por la severa y rápida trituración de las semillitas por aquello de no «desperdiciar» ningún día del correspondiente a la uva, mes del año. Decide pasar por alto el «involuntario» y fugaz «escape» de la pepita que habiéndose percatado del voraz ataque efectuado por los molares del comensal que a nuestro lado celebra la entrada del nuevo año ha ido a refugiarse aterrizando al otro extremo de la mesa.

Pero hete aquí la involuntariedad de los actos reflejos y de la mala pasada que los mismos le han producido, al perspicaz observador del mencionado comensal, infundiéndole un inesperado e imprevisto golpe de risa. No habré de explicarles lo que sucedióle con el resto de uvas aún por ingerir. Es mi expreso deseo que en el transcurrir de los días y meses del presente año no le tomen a cuenta la accidentada, y larga ingesta (superó con creces el tiempo de las doce campanadas) de uvas, rogando intercedan por él todas aquellas personas con opciones a ello, para que nada de lo ocurrido le sea tenido en cuenta ni figure en las extensas actas de Nochevieja.

Les repito: las prisas nunca fueron buenas. Los exigentes tiempos en que pedaleamos han llevado a un compañero y buen amigo mío a pedirles a los Reyes Magos que si por aquellas casualidades y acoplamiento de regalos, decidiesen dejarle unos zapatos, lo hagan de los llamados mocasines o sin cordones. A decir de él, así tarda menos en vestirse.

 

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